Skip to main content

Full text of "Los restos de Sucre .."

See other formats


F2235. 5 
.59 


Manuel  Segundo  Sánchez 


Los  restos  de  Sucre 


i 


Caracas 

Litografía  del  Comercio 

1918 


UNIVERSITY    OF    NORTH    CAROLINA 


BOOK    CARD 

Please  keep   this  card  ¡n 
book   pocket 


i 


i    ; 


THE  LIBRARY  OF  THE 

UNIVERSITY  OF 

NORTH  CAROLINA 


ENDOWED  BY  THE 

DIALECTIC  AND  PHILANTHROPIC 

SOCIETIES 


F2235.5 

.89 

S35 


/    IA¿    - 


c 


Digitized  by  the  Internet  Archive 

in  2012  with  funding  from 

University  of  North  Carolina  at  Chapel  Hill 


http://archive.org/details/losrestosdesucreOOsnch 


^iratoirai®  J©si  i®  $mm 

Excelente  retrato  al  óleo,  del  pintor  venezolano  Tovar  y  Tovar 

(Palacio  Federal  de  Caracas) 


Manuel  Segundo  Sánchez 


Los  restos  de  Sucre 


(Publicado  anteriormente  en  los  números 

3.325  y  3.326  de  "El  Universal",  de  Caracas, 

el  Io  y  el  2  de  setiembre  de  1918.) 


Caracas 

Litografía  del  Comercio 

1918 


LOS  RESTOS  DE  SUCRE 
I 

MOTIVOS  DE  ESTA  PUBLICACIÓN. — UN  ACUERDO  PATRIÓTICO 

La  falta  de  estrechas  relaciones  entre  los  pueblos  americanos  de  ori- 
gen latino;  la  ausencia,  las  más  veces,  de  representantes  diplomáticos 
que  fomenten  la  intercomunicación  espiritual  de  estas  Repúblicas;  y  la  es- 
casez de  diaria  información  periodística  son  causa  de  que  asuntos  de  in- 
cuestionable trascendencia  permanezcan  ignorados  aún  entre  naciones 
vecinas.  Así  ocurrió  con  el  hallazgo  de  los  restos  del  Gran  Mariscal  de 
Ayacucho;  suceso  generalmente  desconocido  entre  nosotros  y  el  cual  se 
realizó  en  Quito  el  año  de  1900.  Vamos  a  extractar  de  las  publicaciones 
que  por  entonces  se  hicieron  en  el  Ecuador  todo  lo  concerniente  a  este 
sensacional  acaecimiento.  De  pasada  narraremos  los  incidentes  que  pre- 
cedieron a  la  muerte  de  Sucre  y  la  manera  como  fué  asesinado.  Dejare- 
mos también  constancia  del  sitio  de  honor  donde,  desde  los  días  en  que 
se  descubrieron  los  restos  y  fué  proclamada  su  autenticidad,  custódianlos 
piadosa  y  filialmente  el  gobierno  y  el  pueblo  ecuatorianos. 

Muévenos,  además,  a  recoger  en  estas  páginas  el  historial  de  esas 
reliquias,  dadas  por  perdidas  en  más  de  una  ocasión,  el  Acuerdo  que,  a 
propuesta  de  los  Senadores  por  el  Estado  Sucre,  doctores  Emilio  Óchoa 
y  Antonio  María  Planchart,  sancionó  el  Senado  venezolano  en  sus  se- 
siones ordinarias  del  año  en  curso  y  cuya  parte  dispositiva  es  como 
sigue : 

"  El  Senado  de  los  Estados  Unidos  de  Venezuela,  etc.,  Acuerda: 
"  Excitar  al  Ejecutivo  Federal  a  que  solicite  los  restos  mortales  del  Gran 
"  Mariscal  de  Ayacucho,  Antonio  José  de  Sucre,  y  dicte  las  medidas  con- 
"  venientes  para  su  colocación  en  el  Panteón  Nacional,  donde  hace  tantos 
"  años  los  espera  el  Sarcófago  abierto  en  el  Templo  de  los  Inmortales". 

Huelga  decir  que  estos  apuntes  no  se  han  recogido  para  los  cultiva- 
dores de  la  historia  del  Nuevo  Mundo,  sino  para  los  que  se  interesan  por. 
ella  y  no  tienen  vagar  para  su  estudio. 


—  4  — 
II 

ANTECEDENTES. — EL   ASESINATO   DE   BERRUECOS 

El  fracaso  de  la  Convención  de  Ocaña,  primero,  y  después  el  aten- 
tado de  setiembre  contra  la  vida  del  Padre  de  la  Patria,  habían  compli- 
cado de  tal  modo,  para  fines  de  1828,  la  situación  política  de  Colombia, 
que,  con  el  propósito  de  conjurar  los  peligros  que  amenazaban  la  paz  y 
unidad  de  la  nación,  el  Libertador,  por  decreto  fechado  en  Bojacá  el  24 
de  diciembre,  convocó  a  elecciones  para  un  Congreso  Constituyente  que 
debía  reunirse  al  comienzo  de  1830  y  al  cual  fió  el  cometido  de  dictar 
una  carta  que  estuviese  de  acuerdo  con  "las  luces  del  siglo,  lo  mismo  que 
con  los  hábitos  y  necesidades  de  los  habitantes  de  Colombia".  Tenía 
también  la  Asamblea  el  encargo  de  nombrar  los  altos  funcionarios  que 
debían  regir  la  República  en  su  nueva  etapa.  Este  Congreso,  que  Bolívar 
calificó  de  Admirable  por  el  número  y  la  condición  de  los  hombres  que  a 
él  concurrieron,  reunióse  en  Bogotá  el  2  de  enero  de  1830  y  se  instaló 
definitivamente  el  día  20  del  propio  mes.  El  Gran  Mariscal  de  Ayacucho, 
diputado  por  la  provincia  de  Cumaná,  fué  electo  Presidente  del  Cuerpo. 

La  actitud  que  Páez  había  asumido  desde  1829,  encaminada  a  se- 
parar a  Venezuela  de  la  Gran  Colombia,  movió  al  Congreso  a  nombrar 
una  comisión  de  su  seno,  compuesta  de  Sucre,  el  obispo  Esteves  y  el  li- 
cenciado Aranda,  y  la  cual  debía  trasladarse  a  Caracas  en  misión  de  paz. 
Estos  señores  se  avistaron  en  la  villa  del  Rosario  de  Cúcuta  con  el  gene- 
ral Marino,  el  doctor  Fernández  Peña  y  don  Martín  Tovar  Ponte,  comi- 
sionados que  el  Congreso  Constituyente  de  Venezuela,  reunido  a  la  sazón 
en  Valencia,  había  enviado  al  encuentro  de  aquéllos.  De  orden  de  Páez, 
a  los  Diputados  colombianos  no  se  les  había  permitido  pisar  tierra  vene- 
zolana. Las  conferencias  celebradas  por  los  representantes  de  ambos 
poderes,  se  llevaron  a  cabo  en  los  días  18  a  21  de  abril;  pero,  desgracia- 
damente, no  fué  posible  avenimiento  alguno.  Sucre  regresó  a  Bogotá  y, 
clausuradas  el  11  de  mayo  las  sesiones  de  la  Asamblea  colombiana,  em- 
prendió poco  después  viaje  a  Quito.  Abrigaba  el  propósito  de  separarse 
de  la  política  militante  y  consagrarse  a  su  familia  y  al  fomento  del  pa- 
trimonio de  su  esposa,  doña  Mariana  Carcelén  y  Larrea,  marquesa  de  So- 
landa. 

Además  del  doctor  José  Andrés  García  Trelles,  que  había  asistido  al 
Congreso  como  diputado  por  la  provincia  de  Cuenca,  acompañaban  al 
Gran  Mariscal  en  su  viaje  al  Ecuador,  su  asistente  el  sargento  primero 
Lorenzo  Caicedo,  el  sargento  Francisco  Colmenares,  un  negro  llamado 
Francisco,  sirviente  de  García  Trelles,  y  dos  arrieros. 

Sucre,  deseoso  de  volver  al  lado  de  la  Mariscala  y  de  su  hijita  Te- 
resa, que  aún  no  contaba  un  año,  determinó  seguir  el  camino  más  corto, 
es  decir,  el  que  pasa  por  Popayán  y  Pasto.  A  su  llegada  a  Popayán,  y 
antes  en  Neiva,  el  temor  de  que  pudiera  ser  agredido  alevosamente,  preo- 
cupaba el  ánimo  de  sus  amigos.  Aconsejáronle  que  torciera  hacia  el  valle 
del  Cauca  para  ganar  el  puerto  de  Buenaventura,  de  donde  podría  dirigir- 


—  5  — 

se  por  mar  a  Guayaquil,  en  vez  de  seguir  por  la  ruta  de  Timbío.  El  coronel 
José  del  Carmen  López,  Comandante  de  Armas  de  Popayán,  no  teniendo 
fuerza  veterana  de  qué  disponer,  ofrecióle  una  escolta  de  veinticinco 
hombres  de  la  guardia  nacional ;  pero,  como  para  la  organización  de  esta 
escolta  se  requería  algún  tiempo,  Sucre,  que  no  quería  retardar  su  mar- 
cha, declinó  la  prudente  propuesta.  "Sea  por  su  valor  personal — ha  es- 
crito el  doctor  Laureano  Villanueva — sea  por  la  pureza  de  su  conciencia, 
es  lo  cierto  que  no  temió  nunca  a  los  asesinos". 

El  día  2  de  junio  Sucre  durmió  en  la  casa  de  José  Erazo,  situada  en 
el  Salto  del  río  de  Mayo.  Era  Erazo  un  antiguo  guerrillero  realista,  autor 
de  grandes  fechorías  y  ahora  primera  autoridad  de  aquel  paraje.  Fué 
él  quien,  en  unión  de  Juan  Gregorio  Sarria,  "igualmente  conocido  en  los 
contornos  como  ladrón  y  matador"  y  el  entonces  capitán  Apolinar  Morillo, 
trazó  el  plan  de  la  asechanza  y  apostó  a  los  asesinos.  En  la  jornada  del 
día  3  apenas  adelantó  dos  leguas,  haciendo  alto  en  el  sitio  de  Ventaque- 
mada  donde  pernoctó.  "Fué  grande — refiere  el  historiador  Restrepo — la 
sorpresa  del  Gran  Mariscal  cuando  encontró  allí  a  Erazo,  a  quien  había 
dejado  atrás,  adelantándosele  por  un  camino  extraviado".  Sarria,  proce- 
dente de  Pasto,  llegó  poco  después  y  en  unión  de  Erazo  retrocedió  hacia 
el  Salto. 

El  día  4,  cerca  de  las  ocho  de  la  mañana,  los  viajeros  salieron  de  la 
pascana  o  tambo  de  Ventaquemada  y  tomaron  el  camino  que  conduce  a 
Pasto.  Apenas  habían  andado  poco  más  de  media  legua  por  la  montaña 
de  Berruecos  cuando,  hallándose  en  un  punto  estrecho,  cubierto  de  mon- 
te y  dominado  por  el  alto  que  llaman  de  la  Jacoba  y  también  del  Cabuyal, 
se  consumó  el  crimen  que  puso  fin  a  la  vida  del  "más  virtuoso  soldado  de 
Colombia". 

El  orden  de  la  marcha  al  atravesar  la  espesura  donde  se  realizó  el 
asesinato  era  el  siguiente :  adelante,  dos  arrieros  que  conducían  los  equi- 
pajes; después,  Colmenares  y  Francisco;  luego,  García  Trelles  y  Sucre;  y 
por  último  Caicedo  que,  por  haberse  detenido  a  componer  la  carga  que 
portaba  su  cabalgadura,  habíase  rezagado  un  tanto.  Ante  el  peligro,  que 
parecía  amenazarlos  a  todos,  García  Trelles  siguió  precipitadamente  su 
camino,  sin  detenerse  a  mirar  por  la  suerte  de  su  compañero  y  amigo. 

El  crimen,  combinado  por  Erazo,  Sarria  y  Morillo,  fué  llevado  a 
cabo  por  éste,  Juan  Gregorio  Rodríguez,  Juan  Cuzco  o  Cuzqueño  y  An- 
drés Rodríguez.  De  los  cuatro  disparos  hechos  por  los  asesinos,  tres 
dieron  en  blanco:  uno,  causó  a  Sucre  una  herida  en  la  tetilla  izquierda 
que  debió  interesarle  el  corazón;  los  otros  dos,  lo  hirieron  en  la  cabeza. 
Sucre,  que  apenas  pudo  exclamar  ¡ay  balazo!,  cayó  desplomado  del  ma- 
cho que  montaba.  La  muerte  fué  instantánea.  "Veinticuatro  horas  quedó 
tendido  en  aquel  antro  espantoso,  con  la  cara  sobre  la  húmeda  tierra,  sin 
una  almohada  donde  reposar  su  cabeza,  cargada  de  gloriosos  laureles; 
sin  tener  a  su  lado  una  mano  acariciadora  que  cerrara  sus  ojos — aquellos 
ojos  que  un  día  lucieron,  como  faros,  en  los  campos  de  la  guerra; — sin  un 
compañero,  ni  luces,  ni  flores,  ni  sudario,  ni  sepultura,  pues  todos  le 
abandonaron  en  el  primer  momento". 


—  6  — 

"Al  día  siguiente — agrega  el  doctor  Villanueva — sus  ordenanzas, 
acompañados  de  dos  viajeros  piadosos,  llamados  Patino  y  Beltrán,  y  unos 
peones  del  lugar,  le  cargaron  en  brazos  hasta  un  prado  convecino,  que 
nombran  La  Capilla;  y  mientras  cavaban  la  fosa,  le  acostaron,  vuelta  la 
cara  al  cielo,  sobre  la  yerba,  empapada  aún  de  gotas  de  rocío". 

El  general  José  María  Obando,  Comandante  General  del  Departa- 
mento Militar  del  Cauca,  tuvo  conocimiento  de  lo  ocurrido  el  día  5.  Des- 
de Pasto,  donde  residía,  envió  al  teniente  coronel  Antonio  Mariano  Al- 
varez,  comandante  del  batallón  Vargas,  con  cien  hombres  pertenecientes 
al  cuerpo,  a  investigar  el  hecho  y  perseguir  a  los  asesinos.  Formaban 
también  parte  de  la  comisión,  Fidel  Torres,  comandante  de  milicias  del 
Juanambú,  y  el  doctor  Alejandro  Floot,  médico  cirujano  del  Vargas.  Este 
Alvarez  fué  quien,  a  la  vez  que  Obando  y  con  fecha  31  de  mayo  de  1830, 
había  escrito  una  esquela  a  Erazo,  de  recomendación  para  Morillo,  a  fin 
de  que  atendiese  a  éste  en  cuanto  pudiera;  credenciales  esas  que  le  ha- 
bían dado — como  declaró  más  tarde  el  propio  Morillo — Obando  y  Alvarez, 
para  que  por  ellas  Erazo  lo  auxiliara  en  la  nefaria  empresa.  Cuanto  a 
Torres,  encubridor  del  crimen,  fué  el  encargado  de  distribuir  entre  sus 
fautores  la  cantidad  de  cincuenta  pesos,  tasa  de  los  fratricidas  servicios. 

Llegaron  a  La  Capilla  el  día  6  y  entre  seis  y  siete  de  la  tarde  desen- 
terraron el  cadáver.  Practicado  por  el  doctor  Floot,  asociado  al  perito 
Domingo  Martínez,  un  somero  reconocimiento  médico-legal  del  cuerpo 
de  la  víctima,  se  le  sepultó  de  nuevo  en  la  misma  fosa. 

No  cuadra  con  el  propósito  de  mera  divulgación  que  en  la  presente 
oportunidad  nos  guía,  entrar  en  consideraciones  acerca  de  los  fines  políti- 
cos que  se  proponían  alcanzar  los  responsables  del  ominoso  delito;  ni  enu- 
merar las  consecuencias  fatídicas  que  su  perpetración  tuvo  para  Nueva 
Granada;  pero,  cúmplenos  dejar  constancia  de  que,  a  juicio  de  los  histo- 
riadores que  hacen  pesar  sobre  Obando  el  crimen  de  Berruecos,  la  su- 
gestión del  atentado  partió  de  Bogotá.  El  Demócrata,  órgano  de  la  fac- 
ción demagógica  de  la  capital,  no  tuvo  reparo  en  asentar  en  el  número 
correspondiente  al  1?  de  junio  de  1830,  es  decir,  tres  días  antes  de  rea- 
lizarse el  asesinato,  la  siguiente  frase: 

"Puede  que  Obando  haga  con  Sucre,  lo  que  no  hicimos  con  Bolívar, 
y  por  lo  cual  el  gobierno  está  tildado  de  débil,  y  nosotros  todos,  y  el  go- 
bierno mismo  carecemos  de  seguridad". 

Así,  leemos  en  las  Memorias  histórico-políticas  de  Posada  Gutiérrez: 
"El  general  Sucre  era  más  temible  que  el  mismo  Bolívar,  para  el  partido 
disolvente  y  ambicioso  que  aspiraba  al  dominio  de  la  tierra  granadina". 
Y  en  la  Vida  de  Sucre  por  Villanueva:  "Sucre  no  cabía  en  Colombia,  ni 
en  el  Perú  ni  en  Bolivia.  Dondequiera  estorbaba.  Tan  gran  virtud  estaba 
de  más  en  este  mundo".  E  Irisarri,  en  la  Historia  crítica  del  asesinato  co- 
metido en  la  persona  del  Gran  Mariscal  de  Ayacucho,  sintetiza  su  manera 
de  pensar  en  estos  conceptos:  "El  general  Sucre,  defensor  infati- 
gable de  la  Independencia  de  Venezuela,  de  la  Nueva  Granada,  del  Ecua- 
dor, del  Perú  y  de  Bolivia;  el  general  afortunado  que  consiguió  asegurar 
la  Emancipación  de  todos  estos  países,  y  aun  la  de  Chile  y  la  de  las  Pro- 


—  7  — 

vincias  del  Río  de  la  Plata,  destruyendo  el  día  9  de  diciembre  de  1824 
el  poder  español  en  el  Perú,  en  aquella  fuente  inagotable  de  recursos 
para  la  Metrópoli ;  el  general  más  valiente,  más  hábil,  más  generoso,  más 
humano;  el  gobernante  más  solícito  en  promover  el  bien  de  sus  goberna- 
dos; el  ciudadano  más  sumiso  a  las  leyes;  el  mejor  padre  de  familia;  el 
esposo  más  amante;  el  vecino  más  útil;  el  amigo  más  fiel;  el  hombre 
más  apreciable  en  la  sociedad,  parecía  que  debía  morir  en  una  edad 
avanzada,  en  el  lecho  del  justo,  rodeado  de  su  esposa,  de  sus  hijos  y  nie- 
tos, recibiendo  de  todos  sus  compatriotas  los  mejores  testimonios  de  amor 
y  de  respeto.  Nadie  debía  esperar  que  hubiese  un  asesino  americano 
que  espiase  el  momento  oportuno  para  cortar  una  vida  tan  gloriosa  y  tan 
digna  de  ser  conservada.  Pero  no  sólo  había  un  asesino  para  este  héroe; 
habían  muchos  que  deseaban  ver  correr  aquella  noble  sangre". 

Por  lo  demás,  es  ya  copioso  el  número  de  las  obras  que  tratan  por 
extenso  de  la  muerte  del  "Abel  de  Colombia",  y  las  cuales,  como  en  otra 
ocasión  lo  dijimos,  pueden  dividirse  en  dos  grandes  grupos:  las  de  los  au- 
tores que  achacan  toda  la  responsabilidad  a  Obando  y  las  de  los  que 
inculpan  al  general  Juan  José  Flores.  Quizás  la  última  palabra  de  tan 
debatido  asunto  habrá  de  decírnosla  el  escritor  colombiano  don  Juan  Bau- 
tista Pérez  i  Soto,  quien  ha  consagrado  largos  años  de  su  meritísima 
existencia  a  recoger  datos,  compulsar  documentos  y  allegar  materiales 
inéditos  para  una  obra,  próxima  a  publicarse,  en  cuyas  páginas  se  exhi- 
birán pruebas  abrumadoras  y  tal  vez  definitivas,  contra  el  inmediato  eje- 
cutor del  crimen  más  execrable  de  cuantos  nos  presenta  la  Historia. 

"Acabóse — dice  el  autor  del  Ensayo  crítico,  antes  citado — la  vida  del 
Gran  Mariscal  de  Ayacucho,  a  los  treinta  y  siete  años  de  su  edad.  El 
vencedor  en  Pichincha,  en  Ayacucho  y  en  Tarqui;  aquel  a  quien  respe- 
taron las  balas  enemigas  que  llovieron  tantas  veces  sobre  los  ejércitos 
colombianos;  aquel  que  inmortalizó  su  nombre  defendiendo  la  inde- 
pendencia de  la  América  del  Sur  y  dando  libertad  a  la  patria  de  tantos 
ingratos;  aquel  generoso  y  magnánimo  guerrero  que  jamás  abusó  de  la 
victoria,  y  que  nunca  desenvainó  su  espada  sino  contra  ios  enemigos  de 
su  patria;  y  aquel,  en  fin,  que  pudo  escapar  del  veneno  y  del  puñal  del 
alevoso  extranjero,  debía  ser  la  víctima  de  los  hombres  que  estaban  obli- 
gados a  mirarle  con  amor,  con  veneración  y  con  respeto". 

III 

DILIGENCIAS   DEL    GOBIERNO   DE   VENEZUELA    PARA    ENTRAR   EN    POSESIÓN    DE 

LOS  RESTOS  DEL  GRAN   MARISCAL  DE  AYACUCHO. — LA  GESTIÓN 

DE  GUERRA  MARCANO 

¡Envidiable  gloria  la  de  Sucre!  Tres  naciones  de  América  dispú- 
tanse  la  honra  de  velar  sus  cenizas.  Bolivia  las  reclama,  porque  si  bien  es 
cierto  que  ella  surgió  de  la  mente  prodigiosa  del  Libertador,  no  lo  es 
menos  que  fué  el  Gran  Mariscal  de  Ayacucho  quien  guió  sus  primeros 
pasos  y  quien,  como  guerrero,  magistrado  y  ciudadano,  afianzó  la  unidad 


—  8  — 

nacional  y  dio  prestigio  a  las  instituciones  de  la  naciente  República.  El 
Ecuador  se  halla  en  posesión  de  ellas,  y  para  no  desprenderse  del  sagra- 
do tesoro,  invoca  la  imprescriptible  deuda  que  contrajo  con  el  vencedor 
en  Pichincha.  Pero,  ningunos  títulos  como  los  que  exhibe  Venezuela. 
¿Habrá  quien  dispute  a  la  madre,  no  ya  el  deber  sino  el  derecho  a  custo- 
diar en  el  Panteón  de  la  Patria,  los  restos  del  segundo  de  sus  hijos  epó- 
nimos? 

Y  cuenta  que  el  Perú,  cuando  el  recuerdo  de  la  rota  de  Tarqui  deje 
de  ofuscar  el  ánimo  de  sus  políticos  dirigentes;  cuando  la  verdad  histó- 
rica, gracias  a  la  crítica  de  los  García  Calderón,  de  los  González  Prada 
y  de  los  Villarán,  se  abra  paso  en  la  conciencia  de  su  pueblo,  el  Perú 
mismo  podría  reivindicar  como  herencia  de  gloria  inmortal,  los  despojos 
del  guerrero  que  en  Ayacucho  puso  término  a  la  dominación  de  España 
en  América.  Ya  en  1876  un  diario  de  Lima,  La  Patria,  inició  este  noble 
proyecto : 

"Nosotros,  que  juzgamos  como  un  deber  del  Perú  asociarse  a  las  ma- 
nifestaciones en  obsequio  a  los  restos  del  que  selló  con  su  espada  nuestra 
independencia  en  los  campos  de  Ayacucho,  creemos  que  el  triste  suceso 
de  que  damos  cuenta  nos  impone  otro  más  digno  de  nuestro  reconoci- 
miento a  la  memoria  del  Héroe  colombiano. 

"Si  su  patria  natal,  Venezuela,  no  ha  podido  conservar  a  la  posteri- 
dad sus  preciosos  restos,  su  patria  adoptiva,  la  que  libertó  de  la  esclavitud 
y  de  la  opresión,  debe  conservar  su  nombre  escrito  en  un  monumento 
digno  de  gloria. 

"Proponemos,  pues,  a  la  gratitud  del  Perú  una  suscrición  nacional 
para  erigir  un  monumento  al  Gran  Mariscal  de  Ayacucho,  Don  Antonio 
José  de  Sucre". 

La  primera  en  demandar  al  Ecuador  los  restos  del  Gran  Mariscal 
fué  Bolivia.  Su  Encargado  de  Negocios,  el  señor  José  R.  Sucre,  expresa 
los  sentimientos  de  su  gobierno  sobre  el  particular  en  el  párrafo  con  que 
encabeza  la  nota  que,  fechada  en  Cuenca  el  13  de  diciembre  de  1845, 
dirigió  al  Ministro  General  de  la  República  Ecuatoriana  y  el  cual  es  del 
tenor  siguiente: 

"Señor: 

"El  pueblo  boliviano,  que  jamás  ha  podido  olvidar  los  servicios  que 
prestó  su  primer  Presidente;  al  hombre  que  lo  constituyó  y  lo  hizo  mar- 
char por  el  sendero  de  las  leyes;  al  más  rígido  observador  de  ellas;  al 
que  usando  siempre  de  lenidad,  supo  mantenerlas  en  su  fuerza  moral: 
este  pueblo,  repito,  me  honra  hoy,  por  medio  de  su  gobierno,  con  el  im- 
portante encargo  de  recabar  del  Gobierno  ecuatoriano  los  restos  mortales 
del  desgraciado  Gran  Mariscal  de  Ayacucho.  No  desconozco  que  el  pueblo 
ecuatoriano  recuerda  con  gratitud  la  memoria  de  uno  de  los  más  célebres 
guerreros  de  la  independencia,  del  vencedor  en  Pichincha.  ¿Pero  se  ne- 
gará un  pueblo  generoso,  un  pueblo  franco  a  las  solicitudes  de  un  pueblo 
amigo?  Desprendiéndose  la  nación  ecuatoriana  de  los  restos  mortales 
del  infortunado  Mariscal,  no  honra  menos  su  memoria,  cediéndolos  a  otra 


nación,  que  desea  levantarle  monumentos  de  gratitud:  cada  uno  de  los 
bolivianos  que  contemple  estos  monumentos  dirá:  "Aquí  yacen  las  ce- 
nizas de  nuestro  primer  Magistrado:  debemos  su  posesión  a  la  generosi- 
dad del  pueblo  ecuatoriano".  ¡Cuánta  gloria,  señor,  para  este  pueblo!" 

Elevada  la  comunicación  del  Representante  de  Bolivia  al  Congreso 
del  Ecuador,  por  un  Acuerdo  dictado  en  el  propio  mes  de  diciembre,  negó- 
se éste  a  deferir  a  los  deseos  de  aquella  República,  en  los  términos  que 
siguen : 

"El  Congreso  aplaude  los  nobles  sentimientos  del  pueblo  boliviano 
en  la  solicitud  de  los  restos  de  su  esclarecido  fundador,  porque  ve  en  ello 
la  gratitud  de  toda  una  República  por  los  beneficios  que,  desde  su  crea- 
ción, le  hiciera  el  egregio  Capitán  y  el  eminente  hombre  de  Estado,  a 
quien  una  gran  parte  de  Sud-América  debe  señalados  y  muy  distingui- 
dos servicios  en  la  causa  de  su  emancipación  y  libertad.  Mas  como  el 
Ecuador  es  precisamente  un  pueblo  que  honra  su  memoria,  y  no  olvidará 
jamás  al  que,  combatiendo  diestra  y  valerosamente  en  las  gloriosas  jor- 
nadas de  Pichincha  y  Yaguachi,  contribuyó  eficaz  y  poderosamente  a  re- 
dimirlo del  duro  y  pesado  yugo  peninsular;  y  quien  por  la  predilección 
que  siempre  tuvo  por  esta  tierra,  hubiera  continuado  prestándole  grandes 
y  útilísimos  servicios,  sin  el  desgraciado  suceso  que  puso  fin  a  su  intere- 
sante existencia;  el  Congreso  cree  que,  independientemente  de  la  negati- 
va que  acerca  de  la  predicha  solicitud  pudiera  haber  por  parte  de  la  dis- 
tinguida matrona  e  ilustre  viuda  de  aquel  grande  hombre,  no  sería  nunca 
honroso  ni  digno  del  pueblo  ecuatoriano  el  desprenderse  de  las  venera- 
das reliquias  de  uno  de  los  más  insignes  guerreros  de  la  América  del 
Sur,  que  eligió  este  suelo  por  su  patria.  Tal  es  la  contestación  que  debe 
darse  al  Gobierno  de  Bolivia,  manifestándole  al  mismo  tiempo  el  senti- 
miento que  acompaña  al  pueblo  ecuatoriano  por  no  poder  corresponder 
a  los  deseos  de  aquella  República  amiga,  sobre  la  adquisición  de  un  ob- 
jeto que  el  Ecuador  mira  con  religioso  respeto  y  con  recuerdos  llenos  de 
tierna  gratitud". 

En  dos  ocasiones,  Comisionados  especiales  de  Venezuela,  previo 
consentimiento  del  gobierno  ecuatoriano  y  con  su  apoyo  y  la  promesa 
de  entregarlos  en  caso  de  ser  hallados,  solicitaron  vanamente  en  Quito, 
por  los  motivos  que  luego  veremos,  los  restos  de  Sucre. 

Fué  la  primera  en  1876,  a  iniciativa  del  general  Guzmán  Blanco, 
para  entonces  Presidente  de  la  República.  Desde  setiembre  del  año  an- 
terior le  había  confiado  al  señor  Mateo  Guerra  Marcano  el  honroso  come- 
tido de  exhumar  en  Quito  y  trasladar  a  Venezuela  los  despojos  mortales 
del  Gran  Mariscal. 

Las  diligencias  practicadas  el  24  de  enero  de  1876  por  el  Agente 
venezolano  en  el  convento  y  la  iglesia  de  San  Francisco,  en  presencia 
del  Gobernador  de  la  Provincia  de  Pichincha  y  de  otras  personalidades 
de  Quito,  resultaron  frustráneas.  En  el  convento  se  examinaron  las  pie- 
zas de  un  esqueleto  completo  que  se  conservaban  en  una  cajita  de  ma- 
dera y  fácilmente  pudo  comprobarse  que  no  eran  las  del  de  Sucre.  En  el 
altar  mayor  de  la  iglesia  se  descubrió  la  bóveda  propiedad  de  la  familia 


—  10  — 

Solanda  y  en  ella  se  halló  el  cadáver  de  la  marquesa  y  los  de  otros  deu- 
dos suyos,  pero  no  el  de  su  primer  marido.  Lo  mismo  sin  resultado 
alguno,  se  practicó  con  otra  bóveda  situada  al  lado  de  la  primera.  "De 
manera — termina  el  acta  en  que  se  dejó  constancia  de  estas  pesquisas — 
que  el  señor  Marcano  (Guerra  Marcano)  quedó  convencido  de  la  absolu- 
ta imposibilidad  que  había  de  encontrar  los  restos  tan  deseados  justamen- 
te, y  a  la  vez  satisfecho  del  interés  que  habían  tomado  tanto  el  Supremo 
Gobierno  de  esta  nación,  como  sus  empleados  y  más  personas  interesadas 
en  el  descubrimiento  de  esos  restos  tan  venerandos  y  en  la  entrega  de 
ellos  al  señor  Marcano". 

Guerra  Marcano,  turbado  sin  duda  por  el  fruto  negativo  de  sus  ges- 
tiones, dirigió  al  Ministerio  de  Relaciones  Exteriores  del  Ecuador,  con 
fecha  1?  de  febrero  de  1876,  una  nota  en  la  que  puso  de  manifiesto,  a  la 
vez  que  el  puro  patriotismo  que  lo  poseía,  su  falta  de  aplomo  diplomá- 
tico; falta  que  evidenció  más  aún,  al  publicar  en  Guayaquil,  antes  de 
abandonar  la  tierra  ecuatoriana,  la  comunicación  de  referencia,  cuyo 
texto  dice  así: 

"Quito,  Febrero  1?  de  1876. 

Señor: 

Desvanecida  completamente  la  esperanza  de  encontrar  los  restos  mor- 
tales del  General  Antonio  José  de  Sucre,  pues  que  han  sido  inútiles  las 
prolijas  diligencias  que,  por  orden  de  U.  S.  H.,  practicó  S.  S.  el  Gober- 
nador de  esta  provincia,  para  exhumarlos  de  la  bóveda  en  que  se  creyó 
que  yacieran,  no  tiene  objeto  mi  permanencia  en  esta  capital,  y  partiré  de 
ella  el  día  3  del  mes  que  principia,  llevando  a  Venezuela  esta  triste  y  ver- 
gonzosa nueva:  "El  polvo  del  Gran  Mariscal  de  Ayacucho  se  ha  perdido". 

Y  al  participarlo  a  U.  S.  H.,  cumple  a  mi  deber  dar  las  gracias  a  S.  E. 
el  Presidente  de  la  República,  por  el  asentimiento  que  se  dignó  prestar 
a  la  traslación  de  aquellas  preciosas  reliquias  a  Caracas,  posponiendo  no- 
blemente su  deseo  de  que  permanecieran  en  el  Ecuador,  al  derecho  con- 
que la  Patria  del  Héroe  pretendió  llevarlas  a  su  amoroso  seno;  derecho 
evidente  e  incontrovertible,  porque  si  Sucre  hubiese  vivido  al  disolverse 
Colombia,  habría  recuperado  su  primitiva  nacionalidad,  es  decir,  la  na- 
cionalidad venezolana;  porque  él  dio  pruebas  inequívocas  de  su  natural 
preferencia  por  el  país  en  que  se  formó  su  ser  físico  y  su  ser  moral,  con- 
sagrándole los  más  ricos  trofeos  de  sus  triunfos  inmortales  y  los  mejores 
blasones  de  su  épica  grandeza:  porque  si  es  verdad  que  el  amor  a  la  pa- 
tria nativa  es  el  compendio  de  todos  los  amores,  debemos  creer  que  la 
voluntad  de  Sucre  fuese  legar  sus  cenizas  a  Venezuela,  como  le  legó  las 
suyas  el  Libertador,  no  obstante  que  ambos  amaban  también  intensa- 
mente a  las  demás  secciones  de  la  gran  República  que  se  desplomó  al  des- 
aparecer ellos  del  escenario  del  mundo :  porque  era  justo,  tierno  y  bello  el 
pensamiento  de  que  reposaran  juntos  los  despojos  de  esos  dos  genios 
que  nacieron  bajo  el  mismo  cielo,  que  juntos  ascendieron  al  pináculo  de 
la  grandeza  humana,  despidiendo  luz  y  gloria,  que  se  admiraron  y  se 


—  ll- 
amaron siempre,  y  que,  mártires  de  la  misma  causa,  juntos  descendieron 
al  sepulcro,  para  que  sus  destinos  fueran  más  idénticos;  y  porque,  en  fin, 
Venezuela,  que  envió  a  tantos  y  tan  ilustres  hijos  suyos  a  defender  la 
independencia  y  libertad  de  sus  hermanos  del  Sur,  bien  merecía  ser  oída 
al  pedir  que  se  le  restituyese  aquel  cadáver  que  ha  permanecido  aquí 
durante  nueve  lustros  sin  recibir  los  honores  públicos  que  merecía.  Pero, 
en  vano  acató  S.  E.  ese  derecho;  y  ojalá  que  lo  hubiese  contestado,  para 
que  ignorara  el  Universo  que  aquí,  a  las  faldas  del  Pichincha,  en  el  cam- 
po de  batalla  en  que  el  General  Sucre  alcanzara  la  espléndida  victoria 
de  que  surgió  la  nacionalidad  política  del  Ecuador;  aquí,  en  Quito,  la  ciu- 
dad predilecta  del  Héroe,  no  hubo  un  palmo  de  terreno  para  sepultar  su 
cadáver;  y,  si  lo  hubo,  faltó  una  mano  agradecida  o  piadosa  que  pusiera 
una  cruz  sobre  su  pobre  sepultura;  hecho  tanto  más  inexplicable  y  mis- 
terioso, cuanto  que,  indudablemente,  el  pueblo  ecuatoriano  venera  la  me- 
moria de  su  Libertador.  Extraña  suerte  la  del  varón  esclarecido  que  en 
Ayacucho  terminó  la  magna  guerra,  selló  la  independencia  de  medio  con- 
tinente, y  cautivó  la  admiración  del  mundo !  En  la  edad  más  hermosa  de 
la  vida,  frescos  aún  los  gloriosos  laureles  que  le  ornaban:  cuando  tanto 
prometía  a  la  libertad;  y  cuando  tan  lisonjeras  esperanzas  cifraba  en  él 
la  magnífica  Colombia,  cae  herido  y  muerto  por  una  mano  alevosa,  co- 
barde y  parricida,  que  no  tiembla  al  disparar  sobre  aquella  luminosa  fren- 
te, sobre  aquel  sublime  corazón,  venero  de  virtudes;  y  su  polvo,  que  de- 
bieron disputarse  cinco  Repúblicas,  para  guardarlo  bajo  soberbio  mau- 
soleo, ese  polvo  sagrado  que  hubiera  poseído  con  orgullo  la  nación  más 
rica  de  hombres  célebres,  es  arrojado  a  una  ignorada  huesa,  como  si  se 
quisiera  evitar  al  Caín  de  ese  Abel  el  disgusto  que  le  causara  la  erección 
de  un  túmulo  a  su  víctima . . .  Jamás,  nunca  el  crimen  obtuvo  mayor  triun- 
fo. ¡  Qué  premio  al  mérito !  ¡  Qué  estímulo  al  patriotismo !  No  es  así  como 
las  naciones  forman  a  sus  Macabeos,  a  sus  Leónidas,  a  sus  Gracos,  a  sus 
Washington.  No  es  así  como  se  forma  a  los  hombres  de  Plutarco,  sino 
a  los  Calígulas  y  a  los  Rosas.  No  es  así  como  se  forma  a  los  héroes, 
sino  a  los  tiranos. 

Disimulad,  señor,  las  quejas  que  he  vertido  en  esta  nota;  que  no  se 
puede  tratar  el  doloroso  asunto  a  que  ella  se  contrae,  sin  que  se  conmue- 
van todas  las  fibras  de  la  sensibilidad.  Felizmente,  el  oprobio  de  la  pér- 
dida de  las  cenizas  de  Sucre  no  alcanza  al  actual  Gobierno  del  Ecuador, 
que  quiso  compartir  con  el  de  Venezuela  la  eminente  honra  de  arrancar- 
las al  abismo  del  olvido,  para  trasmitirlas  a  la  posteridad  en  un  monu- 
mento digno  de  la  fama  histórica  del  que  fué  la  gloria  más  excelsa  de  la 
América,  después  de  la  del  Gran  Bolívar. 

Ofrezco,  una  vez  más,  a  U.  S.  H.,  los  sentimientos  de  consideración 
y  respeto  con  que  me  suscribo  su  atento  servidor, 

Mateo  Guerra  Marcano. 

Al  Excmo.  señor  Ministro  de  Relaciones  Exteriores  de  la  República  del 
Ecuador,  etc.,  etc." 


—  12  — 

Sucedió  lo  que  era  de  esperarse.  La  prensa  de  la  República  hermana 
refutó  los  conceptos  mortificantes  para  el  patriotismo  ecuatoriano  que 
encierra  la  nota  de  nuestro  Agente.  En  el  tomo  xiv  de  los  Documentos 
compilados  por  los  señores  Blanco  y  Azpurúa,  pueden  verse  algunos 
de  los  escritos  que  con  relación  a  ese  asunto  se  dieron  a  la  estampa.  Que- 
rríamos reproducirlos  in  extenso;  pero  la  falta  de  espacio  no  nos  permite 
copiar  ahora  sino  uno  que  otro  párrafo. 

El  Nacional,  de  Quito,  dice  entre  otras  cosas: 

"Cierto  es  que  el  señor  Guerra  Marcano  no  acusa  al  actual  Gobierno 
del  Ecuador,  por  la  insubsistencia  de  los  preciosos  restos  del  Gran  Maris- 
cal; pero  se  guarda  de  decir  lo  que  la  lealtad  pedía  que  dijese,  a  saber: 
que  este  Gobierno  recientemente  inaugurado,  no  podía  ser  responsable 
de  la  incuria  del  Magistrado  que  regía  la  República  en  1840.  Confiesa  que 
el  Gobierno  del  Ecuador  quiso  compartir  con  el  de  Venezuela  la  honra 
de  arrancar  las  cenizas  de  Sucre  al  abismo  del  olvido:  pero  sus  quejas 
son  por  demás  amargas  para  el  pueblo  ecuatoriano  que  se  resiente  de 
ellas,  viéndolas  como  un  cargo  de  ingratitud  para  con  la  veneranda  memo- 
ria de  uno  de  sus  más  ilustres  Libertadores.  Preciso  es,  pues,  poner  las 
cosas  en  su  punto,  y  restaurar  el  brillo  del  honor  nacional,  si  en  alguna 
manera  ha  podido  empañarlo  la  publicación  del  Comisionado  venezolano. 

"Sabido  es  que,  por  dicha  del  Ecuador,  el  aleve  y  cobarde  crimen 
que  privó  a  Colombia  de  una  de  sus  más  altas  y  puras  glorias,  dando 
muerte  al  Gran  Mariscal  Don  Antonio  José  de  Sucre,  no  manchó  al  terri- 
torio ecuatoriano  con  la  noble  sangre  del  adalid  nobilísimo:  sabido  es 
que  no  fueron  manos  ecuatorianas  las  que  desgarraron  el  corazón  de  la 
Gran  República  con  el  infame  asesinato  de  uno  de  sus  más  grandes  y 
virtuosos  hijos.  El  Ecuador  se  presenta  al  juicio  de  la  historia  con  la 
frente  limpia  de  la  sangre  de  Sucre,  y  deja  la  responsabilidad  del  crimen 
a  quien  corresponda. 

"Sabido  es  también  que  a  la  muerte  de  Sucre,  y  hasta  quince  años 
después,  el  Ecuador  se  hallaba  regido  por  un  hijo  de  Venezuela,  y  sub- 
yugado por  un  ejército  extranjero,  venezolano  en  su  mayor  parte,  que  si 
le  dejaban  el  título  de  nación  independiente  y  soberana,  mal  podían  dis- 
frazarle la  realidad  de  la  dependencia  en  que  vivía:  ¿de  quiénes?  de 
hijos  de  Venezuela. 

"¿Qué  pudo  hacer  en  tales  circunstancias  el  pueblo  ecuatoriano  para 
honrar  como  era  debido  las  reliquias  del  Gran  Mariscal?  ¿A  quién  co- 
rrespondía guardarlas  como  preciosísimo  tesoro  de  la  Patria  y  legado  de 
gloria  para  las  futuras  generaciones?  ¿Quién  debía  recoger  ese  polvo 
que  debieron  disputarse  cinco  Repúblicas  para  guardarlo  bajo  soberbio 
mausoleo?  Este  era  deber  del  magistrado  venezolano  que  regía  por  en- 
tonces los  destinos  del  Ecuador,  y  había  de  haber  visto  en  los  restos  de 
Sucre,  no  los  despojos  de  un  hombre  perteneciente  a  su  familia,  sino  la 
propiedad  inestimable  de  Colombia,  de  Venezuela  especialmente;  de 
Venezuela,  Patria  del  Magistrado  a  quien  se  había  de  dirigir  la  posteri- 
dad pidiéndole  cuenta  dsl  sagrado  depósito  que  debió  custodiar  con  soli- 


—  13  — 

citud  tanto  más  viva,  cuanto  más  íntimos  eran  los  lazos  que  la  ligaban  a 
la  ilustre  víctima.  Lazos  de  la  común  nacionalidad,  ¡lazos  de  la  Patria!; 
lazos  formados  en  los  campos  de  batalla,  en  los  combates  librados  bajo 
la  misma  bandera  y  por  la  misma  causa,  noble  y  santa,  ¡lazos  de  la  gloria! 
"Jamás  habríamos  tocado  voluntariamente  este  punto;  porque  profe- 
samos sagrado  respeto  a  los  muertos,  y  tenemos  que  no  hay  villanía  más 
infame  que  la  de  levantar  la  losa  del  sepulcro  para  perturbar  la  paz  en 
que  descansan  ciertas  cenizas.  Sabemos  que  las  tumbas  piden  oraciones 
y  lágrimas,  y  que  sólo  pechos  bastardos  pueden  acercarse  a  ellas  para 
llamar  a  juicio  a  las  sombras  e  interrogarlas  con  airado  lenguaje.  Úni- 
camente al  historiador  es  permitido  llegar  hasta  el  dintel  de  la  eternidad 
a  juzgar  a  los  que  por  él  han  pasado;  pero  para  ejercer  tan  grave  mi- 
nisterio, debe  colgarse  la  estola  de  la  intención  inocente  y  recta,  y  purifi- 
car el  corazón  de  toda  pasión  malévola.  Jamás  habríamos  tocado  volun- 
tariamente este  punto,  lo  repetimos;  y  aun  obligados  a  ello  por  el  señor 
Guerra  Marcano,  confesamos  nuestro  profundo  disgusto,  y  le  hacemos 
cargo  del  sacrificio  que  nos  impone". 

"Sea  de  esto  lo  que  fuere,  lo  cierto  es  que  el  Ecuador  no  tiene  culpa 
en  no  haber  honrado  cívicamente  la  memoria  del  "más  digno  General  de 
Colombia",  desde  el  año  1830  hasta  el  1845.  El  pueblo  ecuatoriano  ha 
venerado  y  venera,  como  no  puede  menos  de  confesar  el  señor  Guerra 
Marcano,  esa  memoria  por  mil  títulos  querida;  y  si  a  pesar  de  esa  vene- 
ración, nada  se  hizo  en  Quito  para  honrar  las  cenizas  de  Sucre,  este  hecho 
que  parece  inexplicable  y  misterioso  al  Comisionado  venezolano,  pudo  y 
debió  ser  explicado  por  él ;  si  no,  había  de  faltar  hidalguía  en  la  queja.  El 
pueblo  ecuatoriano  nunca  olvida  a  sus  Libertadores,  y  tiene  la  gloria  de 
haber  tributado  siempre  a  sus  altos  merecimientos  el  homenaje  de  gra- 
titud exigido  por  la  justicia.  Cuando  Bolívar  ¡proscripto  de  su  Patria! 
veía  maldecido  su  nombre  en  el  Congreso  de  Valencia,  el  Ecuador,  en 
el  de  Riobamba,  le  proclamaba  por  padre  de  la  patria  y  protector  del 
sur  de  Colombia;  le  ofrecía  eterna  memoria  y  gratitud  eterna  a  sus  bene- 
ficios inmortales;  mandaba  decorar  con  su  retrato  las  salas  públicas  de 
justicia  y  de  Gobierno;  ordenaba  que  se  celebrase  como  fiesta  nacional 
el  aniversario  de  su  nacimiento,  y  le  reconocía,  confirmaba  y  ratificaba 
los  títulos  y  honores  que  le  habían  conferido  las  leyes  colombianas. 
Bolívar  ¡  proscripto  de  su  Patria !  recibía  del  Ecuador  una  muy  bien  senti- 
da representación  en  la  cual  se  le  ofrecía  esta  tierra  por  patria;  recibía  el 
ofrecimiento  de  una  renta  mayor  que  la  señalada  a  los  Presidentes  ecua- 
torianos, y  de  respeto  y  tranquilidad  para  sus  preciosísimos  días". 

"Si  ni  Caracas  ni  Quito  pueden  depositar  los  restos  del  esclarecido 
Capitán,  aquélla  en  su  Panteón  y  ésta  en  su  monumento,  una  y  otra  deben 
tamaña  desgracia  a  la  acción  destructora  de  los  cuarenta  y  cinco  años 
pasados;  de  los  cuales  quince,  por  lo  menos,  los  quince  primeros,  deben 
rebajarse  de  la  cuenta  formada  al  Ecuador,  y  acumularse  por  algún  res- 
pecto, al  cargo  de  Venezuela. 


—  14  — 

"No  queremos,  con  este  descargo,  denigrar  a  la  ilustre  patria  del 
ilustre  Mariscal  de  Ayacucho,  no:  considerando  cuáles  han  sido  las  cir- 
cunstancias que  han  pesado  sobre  ella,  no  somos  injustos  para  acusarla. 
Sabemos  que  es  nuestra  hermana,  y  lo  tenemos  a  honra :  recordamos  con 
cuánta  generosidad  envió  a  tantos  y  tan  ilustres  hijos  suyos  a  defender 
la  independencia  y  libertad  de  sus  hermanos  del  Sur,  y  lo  recordamos  con 
gratitud  profunda  y  sincera;  con  esa  gratitud  que  nos  habría  obligado  al 
sacrificio  de  entregar  las  cenizas  de  Sucre  al  señor  Guerra  Marcano,  si 
los  nueve  lustros  pasados  no  hubieran  privado  de  ellas  a  nosotros  y  a 
nuestros  hermanos  de  Venezuela.  Nuestro  descargo  es  descargo  entre 
hermanos,  que  no  amengua  la  estimación  ni  desdice  el  buen  afecto:  y 
descargo  inevitable,  además,  impuesto  por  la  publicación  que  ha  hecho 
el  señor  Comisionado  de  Venezuela  y  que  se  registra  en  este  número  de 
El  Nacional". 

De  Los  Andes,  de  Guayaquil,  entresacamos  estos  párrafos: 

"Ya  que  El  Nacional  quiso  contestar  los  dislates  del  señor  Marcano, 
debió  hacerlo  de  una  manera  que  conciliara  la  dignidad  del  Ecuador 
con  las  consideraciones  debidas  a  una  nación  hermana,  inocente  de  la 
falta  cometida  por  su  Comisionado.  ¿Ha  llenado  este  doble  objeto  la 
contestación  impresa  en  el  número  501  de  El  Nacional? 

"Difícil  nos  parece  haya  ecuatoriano  que  la  lea  sin  un  sentimiento 
de  humillación.  Allí  se  hace  aparecer  a  nuestro  Gobierno  como  un  niño 
de  escuela  que,  reprendido  por  un  pedagogo  airado,  se  excusa  echan- 
do la  culpa  a  otro.  Lo  que  correspondía  al  decoro  nacional  era  confesar 
noblemente  que  el  Ecuador,  lo  mismo  que  las  otras  cuatro  Repúblicas,  a 
cuya  independencia  contribuyó  de  una  manera  tan  gloriosa  el  vencedor  de 
Pichincha  y  de  Ayacucho,  han  omitido  en  verdad  cumplir  el  deber  de  re- 
coger sus  reliquias  sagradas;  pero  que  esta  misión,  obra  en  el  Ecuador  de 
circunstancias  desgraciadas  (entre  las  que  deben  mencionarse  las  con- 
vulsiones que  han  agitado  a  la  República  desde  su  cuna)  en  manera  al- 
guna arguye  por  parte  nuestra  ingratitud  u  olvido.  Ahí  están  para  ates- 
tiguarlo los  honores  tributados  al  Gran  Mariscal  en  1830,  el  Decreto  de 
la  Convención  de  1845  y  el  monumento  que  se  halla  actualmente  en  vía  de 
ejecución  para  honrar  su  memoria  ilustre.  Que  la  mano  destructora  del 
tiempo  no  haya  respetado  las  cenizas  del  grande  hombre,  piadosamente 
depositadas  por  su  viuda  en  un  templo,  es  una  desgracia  común  para  las 
cinco  Repúblicas:  todas  deben  llorarla;  ninguna  enrostrarla  a  la  otra. 
Baste  decir  que  sólo  a  los  cuarenta  y  seis  años  las  ha  reclamado  la  patria 
misma  del  Héroe;  y  esto  (según  lo  expresa  eí  Ministerio  de  Relaciones 
Exteriores  de  Venezuela)  por  haberse  erigido  recientemente  un  Panteón 
Nacional  en  Caracas  para  colocar  los  restos  de  los  venezolanos  ilustres. 
El  que  los  del  inmortal  Sucre  hayan  tornado  a  la  nada,  es  para  todos  una 
sorpresa  dolorosa:  nadie  dudó  de  su  conservación;  por  eso  no  los  solicitó 
antes  Venezuela;  por  eso  no  los  buscó  antes  el  Ecuador;  por  eso  tardaron 
tanto  las  cinco  Repúblicas. . .  Todas  creyeron  que  la  bóveda  de  la  noble 
familia  Solanda,  en  el  templo  de  San  Francisco  de  Quito,  era  un  santua- 
rio seguro  para  las  reliquias  del  Gran  Mariscal.     En  este  duelo  de  fa- 


—  15  — 

milia,  a  cada  uno  de  sus  miembros  sólo  corresponde  el  silencio:  nada 
más  impropio  que  romperlo  para  prorrumpir  unos  contra  otros  en  des- 
templadas quejas  y  en  extemporáneas  recriminaciones". 

"Si  es  temerario  e  injusto  que  un  individuo  de  Venezuela,  quien  no 
habla  a  nombre  de  su  patria,  porque  carece  de  personería  para  ello,  pre- 
tenda hacer  recaer  únicamente  sobre  el  Ecuador  una  responsabilidad  que, 
en  caso  de  haberla,  correspondería  a  las  cinco  Repúblicas,  no  lo  es  me- 
nos que  un  ecuatoriano,  digno  contendor  del  venezolano,  pretenda  hacer- 
la recaer  sobre  un  hombre,  desterrado  quince  años  del  Ecuador,  y  que 
yace  en  la  tumba  hace  doce  años.  La  vulgaridad  de  que  "de  la  cuenta  del 
Ecuador  se  rebajen  los  quince  años  que  mandó  un  venezolano,  y  que  se 
pasen  a  la  cuenta  de  Venezuela",  ofende  no  sólo  el  buen  sentido,  sino  la 
honra  de  Rocafuerte  y  de  los  prohombres  del  Ecuador;  falsea  la  historia 
patria,  y  hiere  profundamente  el  sentimiento  nacional". 

"Nadie  ignora  que  de  los  quince  años  a  que  se  hace  referencia,  el 
esclarecido  Rocafuerte  mandó  cinco  años  (1834-1839)  y  que  mandó  con 
entera  independencia  del  General  Flores,  retirado  en  su  hacienda  de  la 
Elvira.  Pretender  lo  contrario,  esto  es,  que  Rocafuerte  no  fué  sino  un 
instrumento  de  Flores,  es  una  invención  manifiesta,  contra  la  cual  protes- 
ta el  Ecuador  al  erigir  una  estatua  a  Rocafuerte. 

"¿No  figuraron  por  ventura,  en  los  otros  diez  años,  en  los  Congresos 
y  en  las  magistraturas,  todas  las  notabilidades  ecuatorianas  de  aquel  tiem- 
po? ¿No  se  desencadenó  la  oposición  contra  el  Gobierno  en  la  tribuna  y 
en  la  prensa?  ¿Por  qué  amigos  y  enemigos  no  pensaron  en  las  cenizas  de 
Sucre?  Simplemente  porque  no  se  les  ocurrió. 

"Aun  admitiendo  el  descargo  de  los  diez  años,  y  si  se  quiere  de  los 
quince,  ¿cuál  es  la  razón  que  se  alega  para  no  haberse  hecho  lo  que  se 
debía  en  los  otros  treinta?  La  de  los  disturbios  políticos.  ¿Y  cuándo  los 
hubo  más  que  en  los  albores  de  nuestra  nacionalidad?" 

"El  escritor  de  El  Nacional  ha  cometido  la  grave  falta  de  procurar 
hacer  de  este  desgraciado  incidente  una  cuestión  internacional  y  una  cues- 
tión de  partido.  ¿Es  político,  es  amistoso,  es  fraternal,  traer  a  colación, 
con  motivo  de  la  desaparición  de  los  restos  mortales  del  Gran  Mariscal 
de  Ayacucho,  la  nacionalidad  de  sus  matadores?  ¿A  qué  viene  eso  de  que 
"no  fueron  ecuatorianos  Apolinar  Morillo,  los  dos  Rodríguez,  ni  el  Cuz- 
co?" ¿No  reclamó  recientemente  el  Ministro  de  Colombia  por  una  frase 
parecida,  inserta  en  una  comunicación  diplomática  con  motivo  del  asesi- 
nato del  Presidente  García  Moreno?" 


—  16 


IV 


NUEVAS  SOLICITUDES  DEL  GOBIERNO  VENEZOLANO. — LA  MISIÓN  DEL 
PRESBÍTERO  DOCTOR  SUCRE,  SOBRINO  DEL  GRANDE  HOMBRE 

Por  segunda  vez,  en  1894,  nuestro  gobierno  gestionó  la  consecu- 
ción de  los  restos  de  Sucre.  Aproximábase  el  3  de  febrero  de  1895,  cen- 
tenario de  su  natalicio,  y  Venezuela,  que  se  preparaba  a  conmemorar 
dignamente  la  gran  fecha,  pensó  de  nuevo  en  repatriar  los  despojos  del 
ínclito  soldado;  ofrenda  ésta  la  más  propicia  a  sus  manes.  Prestóle  pro- 
babilidades de  éxito  al  designio  una  comunicación  que,  por  medio  del 
Encargado  de  nuestro  Consulado  en  Guayaquil,  el  señor  W.  Higgins,  en- 
vió a  la  Cancillería  Venezolana  el  presbítero  Pablo  Moreno,  de  nacionali- 
dad española,  y  quien  entre  otras  cosas  aseguraba  que  "después  de  mu- 
chas investigaciones  y  desvelos  en  el  convento  máximo  de  San  Francis- 
co de  Quito,  había  tenido  la  felicidad  de  encontrar  los  venerables  restos". 

El  10  de  agosto  de  1894  el  general  Joaquín  Crespo,  Presidente  de 
la  República,  nombró  al  presbítero  doctor  Antonio  José  de  Sucre,  sobrino 
carnal  del  Héroe,  Encargado  de  Negocios  en  el  Ecuador,  "con  el  objeto 
de  apurar  la  investigación  del  paradero  de  los  restos  del  Gran  Mariscal 
de  Ayacucho,  que  hay  motivo  para  creer  que  se  han  descubierto  reciente- 
mente, y,  en  caso  afirmativo,  de  solicitar  la  entrega  de  ellos  y  conducirlos 
a  Caracas,  de  modo  que  se  hallen  aquí  en  época  del  centenario  de  aquel 
varón  insigne".  Posteriormente,  con  fecha  15  de  diciembre  del  mismo 
año,  el  doctor  Sucre  fué  promovido  a  la  categoría  de  Enviado  Extraor- 
dinario y  Ministro  Plenipotenciario. 

El  doctor  Sucre,  en  un  folleto  impreso  en  Quito,  1895,  y  el  cual  tiene 
por  título  Restos  del  Gran  Mariscal  de  Ayacucho.  Documentos  publicados 
por  la  Legación  de  Venezuela,  nos  refiere  el  resultado  completamente 
nugatorio  de  su  misión.  Con  la  patriótica  diligencia,  el  recio  carácter  y 
la  entereza  de  corazón  que  poseía  el  presbítero  Sucre,  secundado  diligen- 
temente por  el  Gobierno  del  Ecuador,  se  llevaron  a  cabo  prolijas  inves- 
tigaciones en  el  convento  de  San  Francisco  de  Quito,  en  los  días  16  de 
noviembre  y  1 1  de  diciembre  de  1894  y  17  de  enero  del  año  siguiente. 
Los  informes  del  precitado  presbítero  Moreno,  así  como  los  de  otro  espa- 
ñol de  nombre  Aureliano  Corta,  ni  los  de  los  Padres  Franciscanos  del 
mencionado  convento,  fueron  parte  a  dar  con  la  caja  que  debía  encerrar 
los  restos. 

Muchas  contrariedades  y  disgustos,  atenuados  generosamente  por 
incesantes  demostraciones  de  cordial  apoyo,  por  parte  del  primer  Ma- 
gistrado, del  Ministro  de  Relaciones  Exteriores  y  de  otras  altas  personali- 
dades de  la  República  hermana,  hubo  de  sufrir  el  doctor  Sucre  en  cum- 
plimiento del  encargo  que  la  patria  le  confió.  Y  cuando  a  ella  regresaba 
"con  el  dolor  inconsolable  de  no  devolver  al  suelo  natal  las  reliquias  tan 
ardientemente  deseadas",  la  muerte  le  sorprendió  en  Guayaquil,  casi  de 
súbito,  el  17  de  julio  de  1895. 


—  17  — 

No  queremos  pasar  adelante  sin  relatar  dos  incidentes  provocados  por 
las  gestiones  de  nuestro  Ministro  en  Quito. 

El  doctor  Sucre  pactó  con  la  Cancillería  Ecuatoriana  el  protocolo 
cuya  articulación  vamos  a  copiar.  Suscrito  ad  referendum,  nuestro  Go- 
bierno no  llegó  nunca  a  ratificarlo.  Sin  duda  el  doctor  Sucre  pretendió 
justificar  su  conducta  en  el  particular  cuando,  en  nota  para  el  Ministro  de 
Relaciones  Exteriores  del  Ecuador,  fechada  el  9  de  junio,  le  dice: 

"Convencido  ya  como  lo  estoy  y  como  lo  está  V.  E.  y  junto  con  V.  E. 
las  personas  más  ilustradas  y  sensatas  que  ornan  la  culta  sociedad  quiteña, 
de  que  las  venerandas  reliquias  están  irremediablemente  perdidas,  pongo 
fin  a  la  misión  que  a  ese  respecto  me  encargó  mi  Gobierno,  e  invitó  al 
de  V.  E.  a  celebrar  con  esta  Legación  un  acuerdo  que  en  lo  venidero  sirva 
de  insuperable  obstáculo  a  las  pretensiones  de  nuevos  exploradores  o  des- 
cubridores de  los  desdichados  restos. 

"El  acuerdo  que  ahora  indico  me  fué  insinuado  por  el  Honorable 
señor  Herrera,  digno  antecesor  de  V.  E.  en  comunicación  de  16  de  di- 
ciembre próximo  pasado;  y  quedó  consignado  en  forma  de  protocolo, 
suscrito  por  el  Honorable  Señor  Tobar,  entonces  Ministro  Plenipoten- 
ciario ad  hoc  y  esta  Legación ;  pero  hube  de  suspender  su  curso,  en  virtud 
de  las  inesperadas  revelaciones  del  R.  P.  Meneses,  que  forzosamente  han 
dado  margen  a  investigaciones  tan  prolongadas  y  eludidas,  cuanto  esté- 
riles e  irritantes". 

Hé  aquí  las  conclusiones  del  aludido  documento : 

"Artículo  1?  Los  Gobiernos  de  la  República  del  Ecuador  y  de  los 
Estados  Unidos  de  Venezuela  declaran  la  imposibilidad  absoluta  de  dar 
con  los  restos  del  Gran  Mariscal  de  Ayacucho,  irremediablemente  per- 
didos dentro  o  fuera  del  convento  de  San  Francisco  de  Quito,  donde  fue- 
ron piadosamente  sepultados  por  la  señora  doña  María  Carcelén  y  Larrea, 
consorte  y  viuda  del  General  Sucre,  con  el  fin  de  asegurarles  para  siem- 
pre cristiana  e  inviolable  tumba. 

"Artículo  2?  Ambos  Gobiernos  reputarán  y  repudiarán,  como  obra 
de  sórdida  impostura  y  de  repugnante  estafa,  toda  denuncia  u  ofrecimien- 
to que  sobre  el  rastreado  hallazgo,  haga  en  lo  venidero  cualquiera  indi- 
viduo o  colectividad. 

"Artículo  3?  Ambos  Gobiernos  deploran  su  involuntaria  impoten- 
cia para  encontrar  las  preciosas  reliquias,  a  las  que  hubieran  tributado 
los  honores  cívicos  de  que  son  dignas,  y  se  reservan,  por  eso,  según  la 
respectiva  oportunidad,  indemnizar  a  los  venerandos  restos  del  doloroso 
extravío  que  han  padecido,  con  homenaje  y  rememoraciones  especiales". 

Un  redactor  de  El  Diario,  de  Quito,  comentando  en  1900  el  extra- 
vagante Protocolo  de  1895,  lo  hace  en  los  términos  que  siguen: 

"Se  necesita  toda  la  inocencia  del  caso,  por  no  decir  algo  más,  para, 
en  asunto  tan  propenso  a  los  caprichos  de  la  casualidad,  revestirse  de  la 
magistral  prosopopeya  de  los  infalibles  y  declarar  ex-cátedra  irremedia- 
blemente perdidos  los  restos  del  Mariscal  de  Ayacucho,  y  farsante  a  todo 
aquel  que  siquiera  intentara  indagar  de  nuevo  el  paradero  de  las  vene- 
radas reliquias.     A  Acuerdo  tan  indecoroso  y  que  pone  completamente 


—18  — 

en  ridículo  a  los  que  lo  suscriben,  nos  arrastró  el  atrabiliario  carácter  del 
presbítero  Sucre  y  la  tradicional  flojera  del  Presidente  y  Ministro  de 
Relaciones  Exteriores  de  entonces.  Los  hechos  han  venido  a  compro- 
barlo. Hoy  no  puede  uno  menos  que  reírse  al  leer  el  celebérrimo  pro- 
tocolo. Y  luego,  aun  cuando  se  le  haya  escrito  en  sentida  forma  y 
estilo  almibarado  encierra  un  fondo  antipatriótico  execrable;  porque,  en 
último  análisis,  se  llega  a  esta  conclusión:  eso  de  andarse  buscando  los 
restos  de  Sucre  es  una  ocupación  muy  fastidiosa  para  el  Gobierno  y  por 
esto,  aunque  baje  el  mismo  Altísimo  a  indicarnos  el  lugar  donde  se  ha- 
llan esos  despojos,  declaramos  sórdida  impostura  y  repugnante  estafa. 
Mandamos,  pues,  y  ordenamos  que  se  tengan  por  irremediablemente 
perdidos  esos  restos,  a  fin  de  que  nos  dejen  vivir  en  paz  y  no  se  altere 
la  dulce  tranquilidad  de  que  gozamos". 

El  otro  incidente  a  que  antes  aludimos,  es  el  de  que  en  el  curso  de 
la  correspondencia  que  sostuvo  nuestro  Ministro  con  el  de  Relaciones 
Exteriores  del  Ecuador,  apuntó  éste,  en  una  de  sus  comunicaciones,  que 
"la  voluntad  expresa  del  vencedor  de  Pichincha  y  el  amor  con  que  el 
pueblo  emancipado  por  él  lo  consideran  como  a  padre  de  su  libertad,  se- 
ría, me  avanzo  a  presumirlo,  grave  obstáculo  para  que  mi  Gobierno 
consintiese  en  despojar  a  su  patria  de  la  valiosa  posesión  de  los  restos 
que  afanado  busca,  si  al  cabo  tiene,  no  sé  si  pueda  decir,  Ir  ventura  de 
encontrarlos". 

La  respuesta  del  doctor  Sucre  no  se  hizo  esperar.  Es  de  justicia 
reproducirla  en  esta  ocasión. 

"Legación  de  los  Estados  Unidos  de  Venezuela. — Quito,  Diciembre  7  de 
1894. 

"Excmo.  Señor: 

"Tuve  anteayer  el  honor  de  recibir  la  nota  de  la  misma  fecha  en 
la  que  V.  E.  se  digna  participarme  la  satisfacción  con  que  el  Excmo.  Sr. 
Presidente  de  la  República  ha  mirado  bondadosamente  el  oficio,  que  con 
fecha  tres  del  corriente  dirigí  a  ese  departamento,  entrando  luego 
V.  E.  en  algunas  consideraciones  encaminadas  a  significar  el  grave  obs- 
táculo con  que  tropezaría  el  Gobierno  del  Ecuador,  para  devolver  al  de 
Venezuela  los  restos  del  Gran  Mariscal  de  Ayacucho,  caso  de  que  pa- 
reciesen. 

"Como  inmediato  consanguíneo  del  Vencedor  de  Pichincha  y  como 
miembro  caracterizado  de  la  familia  Sucre,  estimo,  agradezco,  admiro  y 
aplaudo  el  nobilísimo  empeño  que,  llegada  la  ocasión,  pusieran  el  Go- 
bierno y  pueblo  ecuatorianos  en  conservar,  como  tesoro  propio,  las  an- 
heladas y  venerandas  reliquias;  pero,  como  ciudadano  y  representante 
de  Venezuela,  cúmpleme  el  indispensable  deber  de  patentizar  en  toda 
su  luz  los  títulos  indisputables  que  asisten  a  mi  patria  para  pedir  que  se 
le  entreguen  los  despojos  mortales  del  más  preclaro  de  sus  hijos,  des- 
pués del  Gran  Libertador  de  medio  Continente. 


—  19  — 

"Venezuela  es,  Excmo.  Señor,  algo  más  que  la  patria  nativa  de 
Sucre:  es  la  madre  amorosa,  que  a  fuerza  de  desvelos,  formó  la  inteli- 
gencia y  el  corazón  de  ese  su  hijo  predilecto,  que  a  tal  madre  debió  las 
virtudes  y  merecimientos  que  lo  llevaron  a  la  cúspide  de  la  gloria  con 
que,  gracias  a  la  munificencia  del  Supremo  Autor  de  todos  los  dones,  se 
ha  inmortalizado  su  nombre. 

"Cuando  en  1810  estalló  la  gran  insurrección  continental,  era  Sucre 
un  oficial  distinguido,  esmeradamente  educado  en  las  academias  de  Cu- 
maná  y  Caracas;  de  tal  modo  que,  como  lo  asegura  el  Libertador,  en  los 
apuntes  biográficos  que  dictó  en  Lima,  el  año  de  1825,  el  joven  ingeniero 
sirvió  con  distinción  a  las  órdenes  del  General  Miranda,  en  los  años 
11  y  12. 

"Pero  Venezuela  hizo  algo  más  que  educar  cumplidamente  la  inte- 
ligencia de  Sucre  para  la  brillante  carrera  a  que  el  Cielo  lo  destinaba. 
Venezuela  infundió  en  el  corazón  de  Sucre  el  temple  heroico  de  sus 
más  aguerridos  y  expertos  campeones,  como  lo  comprueba  este  testimonio 
irrecusable  del  Libertador : 

"  Cuando  los  Generales  Marino,  Piar,  Bermúdez  y  Valdez  empren- 
"  dieron  la  reconquista  de  su  patria,  en  el  año  de  13,  por  la  parte  oriental, 
"  el  joven  Sucre  les  acompañó  a  una  empresa  la  más  atrevida  y  temera- 
"  ria.  Apenas  un  puñado  de  valientes,  que  no  pasaban  de  ciento,  inten- 
"  taron  y  lograron  la  libertad  de  tres  provincias.  Sucre  siempre  se  dis- 
"  tinguía  por  su  infatigable  actividad,  por  su  inteligencia  y  por  su  valor. 
"  En  los  célebres  campos  de  Maturín  y  Cumaná  se  encontraba  de  or- 
"  dinario  al  lado  de  los  más  audaces,  rompiendo  las  filas  enemigas,  des- 
"  trozando  ejércitos  contrarios,  con  tres  o  cuatro  compañías  que  com- 
"  ponían  todas  nuestras  fuerzas.  La  Grecia  no  ofrece  prodigios  mayores. 
"  Quinientos  paisanos  armados,  mandados  por  el  intrépido  Piar,  des- 
"  trozaron  ocho  mil  españoles,  en  tres  combates  en  campo  raso.  El 
"  General  Sucre  era  uno  de  los  que  se  distinguían  en  medio  de  estos 
"  héroes". 

"Es  más  todavía:  no  contenta  Venezuela  con  formar  la  inteligencia 
y  el  corazón  de  Sucre,  le  proporcionó  vasta  escuela  y  medios  abundantes, 
para  cultivar,  desarrollar  y  perfeccionar  los  grandes  talentos  militares  y 
políticos  con  que  se  dignó  favorecerlo  la  Divina  Providencia.  Óigase,  si 
nó,  al  Gran  Libertador: 

"El  General  Sucre  sirvió  en  el  Estado  Mayor  General  del  Ejército 
"  de  Oriente  desde  el  año  de  1816  hasta  el  de  1817,  siempre  con  aquel  ce- 
"  lo,  talento  y  conocimientos  que  lo  han  distinguido  tanto.  El  era  el  alma 
"del  Ejército  en  que  servía.  El  metodizaba  todo:  él  lo  dirigía  todo; 
"  mas  con  esa  modestia,  con  esa  gracia  con  que  hermosea  cuanto  eje- 
"  cuta.  En  medio  de  las  combustiones  que  necesariamente  nacen  de  la 
"  guerra  y  de  la  revolución,  el  General  Sucre  se  hallaba  frecuentemente 
"  de  mediador,  de  consejero,  de  guía,  sin  perder  nunca  de  vista  la  buena 
"  causa  y  el  buen  camino.  El  era  el  azote  del  desorden  y,  sin  embargo, 
"  amigo  de  todos". 


—  20  — 

"Su  adhesión  al  Libertador  y  al  Gobierno  lo  ponían  a  menudo  en 
"  posiciones  difíciles,  cuando  los  partidos  domésticos  encendían  los 
"  espíritus.  El  General  Sucre  quedaba,  en  la  tempestad,  semejante  a 
"  una  roca  combatida  por  las  olas,  clavados  los  ojos  en  la  patria  y  sin 
"  perder,  no  obstante,  el  aprecio  y  amor  de  los  que  combatía". 

"  Después  de  la  batalla  de  Boyacá,  el  General  Sucre  fué  nombrado 
"  Jefe  del  Estado  Mayor  General  Libertador,  cuyo  destino  desempeñó 
"  con  su  asombrosa  actividad.  En  esta  capacidad,  asociado  al  General 
"  Briceño  y  al  Coronel  Pérez,  negoció  el  armisticio  y  regularización  de 
"  la  guerra  con  el  General  Morillo,  el  año  1820.  Este  tratado  es  digno 
"del  alma  del  General  Sucre:  la  benignidad,  la  clemencia,  el  genio  de 
"  la  beneficencia  lo  dictaron :  él  será  eterno  como  el  más  bello  monumen- 
"  to  de  la  piedad  aplicada  a  la  guerra:  él  será  eterno  como  el  nombre  del 
"  vencedor  de  Ayacucho". 

"  Luego  fué  destinado,  desde  Bogotá,  a  mandar  la  división  de  tropas 
"  que  el  Gobierno  de  Colombia  puso  a  sus  órdenes,  para  auxiliar  a  Gua- 
"  yaquil,  que  se  había  insurreccionado  contra  el  Gobierno  Español.  Allí 
"  Sucre  desplegó  su  genio  conciliador,  cortés,  activo,  audaz". 

"  Vése,  pues,  Excmo.  Señor,  que  cuando  Sucre  vino  a  este  suelo, 
donde  tanta  gloria  cosechó,  llegaba  cargado  de  virtudes  y  merecimientos, 
que,  colocándolo  a  la  par  de  los  más  conspicuos  de  sus  conmilitones,  lla- 
maron la  atención  del  Gran  Libertador  que,  con  la  intuición  del  genio, 
comprendió  que  ese  su  modesto  teniente  era  el  hombre  llamado  a  sus- 
tituirlo y  subrogarlo  en  el  inmenso  campo  de  gloria  que,  desde  el 
Carchi  hasta  el  Potosí,  divisaba  la  mirada  de  águila  del  vencedor  de 
Boyacá  y  Carabobo.  Y,  séame  permitido  acentuarlo  bien:  a  Venezuela  y 
exclusivamente  a  Venezuela  debió  Sucre  las  dotes  guerreras  y  cívicas 
y  los  merecimientos  sobresalientes  que  le  abrieron  de  par  en  par  las 
puertas  de  la  inmortalidad. 

"¿Tiene  o  no  Venezuela  títulos  incontestables  para  reclamar  como 
suyo  todo  lo  que  pertenece  a  Sucre? 

"Verdad  es  que  en  el  privilegiado  suelo  ecuatoriano  fué  donde  des- 
plegó Sucre  con  todo  su  primor  sus  singulares  dotes  guerreras  y  po- 
líticas. 

"  Soy  el  primero  en  reconocer  gustosísimo  que,  sin  la  patriótica 
cooperación  que  le  prestaron  los  pueblos  del  Ecuador,  las  audaces  y  bien 
concebidas  maniobras  del  vencedor  de  Yaguachi,  Riobamba  y  Pichincha, 
se  habrían  estrellado  contra  la  superioridad  numérica  y  disciplinaria  de 
la  hueste  peninsular;  pero  fuerza  es  confesar  también  que  el  patriotis- 
mo ecuatoriano  no  habría  podido  lucir  con  tanto  esplendor  sin  el  genio 
de  Sucre.  Hable  una  vez  más  el  Gran  Libertador: 

"  La  campaña  que  terminó  la  guerra  del  Sur  de  Colombia,  fué  di- 
"  rígida  y  mandada  en  persona  por  el  General  Sucre ;  en  ella  mostró  sus 
"talentos  y  virtudes  militares;  superó  dificultades  que  parecían  invenci- 
"bles:  la  naturaleza  le  ofrecía  obstáculos,  privaciones  y  penas  durísi- 
"  mas.  Mas  a  todo  sabía  remediar  su  genio  fecundo.  La  batalla  de 
"  Pichincha  consumó  la  obra  de  su  celo,  de  su  sagacidad  y  de  su  valor. 


—  21  — 

"  Entonces  fué  nombrado,  en  premio  de  sus  servicios,  General  de  Divi- 
"  sión  e  Intendente  del  Departamento  de  Quito.  Aquellos  pueblos,  que 
"  veían  en  él  su  Libertador,  su  amigo,  se  mostraron  más  satisfechos  del 
"  Jefe  que  les  era  destinado,  que  de  la  libertad  misma  que  recibían 
"  de  sus  manos.    El  bien  dura  poco :  bien  pronto  lo  perdieron". 

"Recuerda  V.  E.,  en  la  nota  que  tengo  el  honor  de  contestar,  la  ne- 
gativa dada  por  la  Convención  Nacional  de  1845  a  las  gestiones  que  hizo 
la  República  de  Bolivia  para  que  se  le  cediesen  los  restos  del  hombre  a 
quien,  después  de  Bolívar,  debió  aquella  República  su  organización  y 
autonomía.  Nada  más  justificado  que  esta  negativa;  porque,  al  fin  y  al 
cabo,  Sucre  era  un  extranjero  para  Bolivia;  al  paso  que  el  Ecuador  fué 
la  patria  de  Sucre,  mientras  hizo  parte  integrante  de  Colombia  la  Grande, 
y  al  Ecuador  debió  Sucre  mucho  caudal  de  amor,  prácticamente  probado 
en  ocasiones  solemnes. 

"Pero,  tratándose  de  Venezuela,  Excmo.  Señor,  permítaseme  decli- 
nar respetuosamente  la  paridad  del  argumento.  Venezuela  fué,  antes  y 
después  de  la  disgregación  de  la  Gran  Colombia,  es  y  será  hasta  el  fin 
de  los  siglos,  la  patria  de  Sucre;  porque  Venezuela  dio  a  Sucre,  junto 
con  el  ser  material  el  ser  moral,  intelectual,  político  y  militar,  que  lo  ha 
levantado  a  la  altura  de  los  más  grandes  capitanes  y  estadistas  de  la 
América  del  Sur. 

"En  el  terreno  de  la  jurisprudencia  civil,  el  Ecuador  es  legítimo 
poseedor  de  los  restos  del  General  Sucre;  y  por  eso,  Venezuela,  su  her- 
mana, le  pide  que  graciosamente  se  los  ceda;  pero  en  la  esfera  mucho 
más  elevada  de  las  leyes  de  la  naturaleza,  Venezuela  tiene  títulos  sa- 
grados a  la  propiedad  definitiva  de  esos  restos,  cuya  devolución  solicita, 
contando,  como  debe  contar,  con  la  hidalguía  y  magnanimidad  del  Go- 
bierno y  pueblo  ecuatorianos. 

"Cierto  es,  Excmo.  Señor,  que  en  el  Ecuador  tuvo  a  bien  Sucre  fijar 
definitivamente  el  domicilio  de  su  corazón,  como  dice  la  notft  que  tengo 
a  la  vista;  pero  no  es  menos  cierto,  como  lo  sabe  el  país,  que  el  domicilio 
anhelado  por  el  corazón  de  Sucre  fué  muy  fugaz  y  efímero. 

"  En  el  Ecuador  no  queda,  pues,  de  Sucre,  otra  cosa  que  los  ignora- 
dos y  problemáticos  restos  y  el  amor,  veneración  y  gratitud  con  que 
honran  su  memoria  todos  los  ecuatorianos  de  corazón  bien  puesto.  Esto 
es,  Excmo.  Señor,  timbre  incomparablemente  más  valioso,  para  este 
noble  país,  que  el  hallazgo  y  retención  de  las  solicitadas  reliquias.  Viva 
siempre  Sucre  en  el  corazón  de  los  ecuatorianos,  que  ese  es  su  más  dig- 
no hogar,  y  vayan  sus  despojos  mortales,  si  se  encuentran,  a  la  tierra 
donde  nació  y  se  educó  como  uno  de  sus  más  egregios  hijos. 

"Me  he  extendido,  Excmo.  Señor,  más  de  lo  que  ordinariamente 
permiten  documentos  de  esta  naturaleza;  pero  sírvanme  de  excusa  la 
gravedad  y  trascendencia  del  asunto  que  lo  motiva,  y  dígnese  aceptar, 
con  esta  excusa,  la  reiterada  y  distinguida  consideración  con  que  soy  del 
Señor  Ministro  muy  atento  y  S.  S. 

"(Firmado)  Antonio  José  de  Sucre. 

"Al  Excmo.  Sr.  Ministro  de  Relaciones  Exteriores  del  Ecuador". 


—  22  — 

Para  terminar  esta  parte  de  nuestros  apuntes,  queremos  recordar 
que  don  Jerónimo  Sucre,  en  carta  que  dirigió  el  12  de  mayo  de  1833  a 
la  viuda  de  su  hermano  el  Gran  Mariscal  de  Ayacucho,  se  quejaba  del 
abandono  de  los  restos  en  la  selva  de  Berruecos.  Contestóle  doña  Ma- 
riana Solanda  de  Barriga,  así  está  firmada  la  respuesta,  con  fecha  21 
de  noviembre  del  mismo  año.  De  una  copia  fidedigna  de  este  interesante 
documento,  que  aun  permanece  inédito  en  su  mayor  parte,  sólo  se  nos 
ha  permitido  copiar  el  párrafo  pertinente  al  asunto  que  nos  ocupa.  Dice 
así: 

"  No  sé  cómo  hayan  podido  asegurar  a  U.  que  los  restos  del  Jral. 
"  Sucre  se  mantengan  aun  sepultados  en  la  montaña  de  Berruecos,  por 
"  qe-  inmediatamente  mandamos  de  aquí  comisionados  p*  qe-  los 
"  recojan,  como  lo  verificaron  con  la  mayor  puntualidad.  Luego  qe-  lle- 
"  garon  a  esta  ciudad  se  depositaron  en  la  Iglesia  de  Sn-  Francisco,  donde 
"  se  hallan  con  el  fin  de  colocarlos  en  un  túmulo  bastante  suntuoso,  qe- 
"  se  iba  a  fabricar,  i  se  suspendió  pr-  tanta  ocurrencia  política,  qe-  nos 
"  ha  tenido  en  continuo  sobresalto.  Ni  la  desencia,  ni  mi  delicadeza 
"permitían  otra  cosa;  y  así  extraño  qe-  U.  hubiese  podido  vasilar  sobre 
"  un  asunto,  que  clamaba  pr-  lo  qe-  debía  ejecutarse  de  mi  parte.  Tal  vez 
"  dentro  de  breve  tendrá  Ü.  noticia  de  la  conclusión  de  la  obra". 


EL   HALLAZGO   EN   QUITO. — REVELACIONES  DE   LA  SEÑORA   RIVADENEIRA. — UN 
SECRETO   GUARDADO    POR    MÁS   DE   CINCUENTA   AÑOS. — CONCLUSIÓN 

A  fines  de  abril  de  1900  llegaron  a  Caracas  los  siguientes  cable- 
gramas : 

"Quito,  24  de  abril  de  1900. — Ministro  Exterior. — Caracas. — Casi 
seguridad  encontrados  restos  Sucre. — Cónsul". 

"Quito,  26  de  abril  de  1900. — Ministro  Exterior. — Caracas. — Com- 
probada autenticidad  restos  Sucre. — Cónsul". 

"Quito,  26  de  abril  de  1900. — Presidente  Castro. — Caracas. — Honró- 
me con  anunciarle  hallazgo  restos  Mariscal  Sucre  en  Monasterio  Car- 
men.— Alfaro". 

"Para  Ministro  del  Exterior. — Caracas. — Restos  Mariscal  Sucre  es- 
tán identificados.  Pueblos  antigua  Colombia  de  plácemes. — Ministro  Ex- 
terior". 

El  tercero  de  los  partes  que  hemos  trascrito  fué  contestado  así: 

"General  Alfaro. — Quito. — Gracias  por  tan  buena  nueva.  Acordare- 
mos traída  restos. — Castro". 

No  obstante  la  seguridad  del  hallazgo  que  encierran  esas  comuni- 
caciones oficiales,  el  mandatario  de  Venezuela  no  gestionó  en  forma 
alguna  la  traslación  de  los  restos  a  Caracas.  Podemos  asegurar  que 
tampoco  se  acogió  con  el  interés  que  demandaba  la  alteza  del  asunto, 
la  valiosa  mediación  de  nuestro  Cónsul  General  en  Quito,  señor  Manuel 
Jijón  Larrea,  hijo  del  Ecuador,  quien  gentilmente  puso  sus  servicios  a 


—  23  — 

la  disposición  de  nuestra  Cancillería  con  el  fin  de  solicitar  del  gobierno 
de  su  patria,  llegado  el  caso,  la  entrega  de  los  ilustres  despojos. 

Sin  duda  alguna  la  Administración  actual,  que  pone  grande  em- 
peño en  honrar  todo  cuanto  es  orgullo  de  Venezuela,  se  apresurará, 
ante  el  recuerdo  que  evocó  el  Senado  de  la  República,  a  pedir  al  Go- 
bierno del  Ecuador  que,  como  una  nueva  prenda  de  su  tradicional  amis- 
tad, permita  que  los  restos  del  Gran  Mariscal  de  Ayacucho,  después  de 
su  largo  reposo  en  el  seno  del  noble  solar  de  Olmedo,  vengan  a  des- 
cansar definitivamente  en  el  regazo  de  la  tierra  donde  Sucre  vio  la  luz  y 
acarició  sus  primeros  sueños  de  libertad  y  de  gloria;  sueños  en  cuya 
realización  llegó  a  ser  tan  grande,  que  diversos  pueblos  se  disputan  la 
honra  de  custodiar  sus  cenizas. 

Antes  de  1900,  los  restos  habíanse  solicitado  exclusivamente  en  el 
templo  y  convento  de  San  Francisco,  tanto  porque  en  él  se  halla  el  mau- 
soleo de  la  familia  Solanda,  como  porque  la  Maríscala  se  dejaba  decir 
y  aún  lo  escribió  a  su  hermano  político  don  Jerónimo,  como  ya  lo  hemos 
visto,  que  allí  habían  sido  enterrados.  Fuera  por  colocarlos  lejos  del 
alcance  de  los  enemigos  de  Sucre;  fuera  por  temor  de  que  los  disturbios 
políticos  en  que  se  debatía  el  Ecuador  llegaran  hasta  turbar  el  eterno 
reposo  de  los  restos;  o  tal  vez  a  causa  de  la  posición  en  que  se  había 
situado  la  marquesa  al  contraer  segundas  nupcias  con  el  general  Barriga, 
es  lo  cierto  que,  en  lugar  de  los  restos,  fué  enterrada  en  San  Francisco 
la  caja  contentiva  de  adobes  que  se  encontró  en  una  de  las  pesquisas 
practicadas  en  Quito. 

No  parece  sino  que  la  fatalidad,  que  inerme  condujo  a  Sucre  a  la 
celada  de  Berruecos,  había  de  perseguirle  más  allá  de  la  tumba.  Como 
para  hacer  más  difícil  aún  la  identificación  de  sus  restos,  mil  testimonios 
contradictorios  surgieron  cada  vez  que  se  trató  de  su  búsqueda  y  otros 
tantos  incidentes  penosos  alejaron  el  término  del  hallazgo.  Háse  dicho 
que,  a  raíz  del  asesinato,  la  viuda  solicitó  el  cadáver;  pero  habiéndole 
llevado  uno  que  no  era  el  del  Mariscal,  hubo  de  confiar  nuevamente  el 
encargo  a  sus  fieles  asistentes  Caicedo  y  Colmenares,  testigos  del  aten- 
tado; y  el  primero,  además,  enterrador  de  Sucre.  Con  el  sigilo  que  el 
caso  pedía,  fué  conducido  el  verdadero  cadáver  a  la  hacienda  El  Deán, 
donde  lo  esperaba  doña  Mariana.  A  ciencia  cierta  no  se  sabe  el  año  en 
que  fueron  trasladados  los  despojos  a  Quito  y  depositados  en  el  monaste- 
rio del  Carmen  Bajo ;  pero  gracias  a  la  señora  Rosario  de  Rivadeneira,  po- 
seedora del  secreto,  pudo  darse  al  fin  con  la  caja  que  los  contenía. 

El  Diario,  de  Quito,  en  su  edición  correspondiente  al  21  de  abril  de 
1900,  anunció  al  pueblo  ecuatoriano  el  encuentro  posible  de  los  restos. 
La  señora  Rivadeneira  acababa  de  revelar  a  los  señores  doctor  Alejandro 
S.  Meló  y  César  Portilla,  el  verdadero  lugar  donde  habían  sido  deposita- 
dos por  la  Marquesa  de  Solanda.  Estos  caballeros,  previo  consentimien- 
to de  la  referida  señora,  se  apresuraron  a  llevar  su  trascendental  con- 
fidencia a  conocimiento  del  Gobierno  del  Ecuador.  Apersonado  del 
asunto,  sin  pérdida  de  momento,  y  después  de  tres  días  de  solícito  em- 
peño, el  24  de  abril,  a  las  dos  de  la  tarde,  fué  descubierta  y  ofrecida  a  la 


—  24  — 

contemplación  del  numeroso  concurso  que  llenaba  la  iglesia  del  Carmen, 
la  caja  contentiva  de  los  restos  a  que  se  había  contraído  la  declaración 
de  la  señora  Rivadeneira.  Ese  mismo  día  se  levantó  por  el  escribano 
público  don  Daniel  Rodríguez  un  acta  del  hallazgo  y  al  siguiente,  los 
restos  "fueron  entregados  a  la  Facultad  de  Medicina,  a  fin  de  que  ella 
compruebe  o  no,  legalmente"  si  eran  aquellos  los  auténticos  despojos 
del  Gran  Mariscal. 

El  periódico  quiteño,  arriba  citado,  consagró  a  la  memoria  de  Sucre, 
en  el  78?  aniversario  de  la  batalla  de  Pichincha,  una  edición  de  gala  que 
corresponde  al  24  de  mayo  de  1900.  Recogiéronse  en  ella  producciones 
de  valer,  en  prosa  y  verso,  en  honor  de  Sucre;  la  interesante  documen- 
tación relativa  al  hallazgo  de  los  restos,  y  la  descripción  de  las  grandes 
fiestas  cívicas  y  religiosas  con  que  el  gobierno  del  general  Alfaro  y  el 
clero  de  Quito  solemnizaron  la  traslación  de  los  restos  desde  la  Capilla 
ardiente  erigida  en  la  iglesia  del  Carmen  Moderno,  hasta  la  Metropoli- 
tana; actos  realizados  en  los  días  29  a  31  de  mayo  y  1?  a  4  de  junio  de 
1900. 

Por  la  importancia  histórica  que  entrañan  debiéramos  reproducir  en 
este  lugar  muchos  de  aquellos  documentos.  No  siendo  ello  posible,  por 
falta  de  espacio,  nos  vemos  constreñidos  a  copiar  únicamente  la  entre- 
vista celebrada  por  un  repórter  de  El  Diario  con  la  señora  Rivadeneira 
el  25  de  abril.  Servirá  para  satisfacer  la  curiosidad  del  lector  ansioso 
de  detalles. 

" — Repórter. — Señora:  se  asegura  ser  Ud.  la  descubridora  de  los 
restos  del  Mariscal  de  Ayacucho. 

" — Señora  Rivadeneira. — Sí,  Señor:  soy  yo  quien  he  indicado  el 
sitio  donde  se  encontraban. 

" — R. — Agradeceríale  inmensamente  se  dignara  Ud.  explicarme  có- 
mo llegó  a  ser  poseedora  de  tal  secreto. 

" — S.  R. — No  tengo  inconveniente.  Soy  hija  legítima  del  Dr.  Agus- 
tín Rafael  Rivadeneira  (abogado)  y  de  la  Sra.  María  Vásconez. 

"Mi  madre  era  aún  muy  joven  cuando  trabó  amistad  con  la  Sra. 
Marquesa  de  Solanda,  mujer  del  General  Sucre.  Vivió  algún  tiempo, 
tres  años,  poco  más  o  menos,  en  una  hacienda  que  entonces  se  denomi- 
naba "La  Pailería"  o  "Chisinche  chiquito",  vecina  de  "Chisinche  gran- 
de", de  propiedad  de  la  Sra.  Solanda.  Esta  vecindad  fué  un  nuevo  mo- 
tivo para  que  se  estrecharan  los  lazos  de  amistad  que  unían  a  la  señora 
Marquesa  con  mi  madre.  Después  casóse  ésta  con  el  Dr.  A.  R.  Rivade- 
neira y  nací  yo  de  este  matrimonio. 

"Cuando  ya  tuve  uso  de  razón,  recuerdo,  me  llevaban  frecuente- 
mente a  casa  de  la  Marquesa,  la  que  me  quería  mucho  y  me  agasajaba 
con  cariño. 

"Por  este  motivo  llegué  a  conocer  a  Isidro  Araus,  Mayordomo  de 
"El  Deán" — otra  hacienda  de  la  mujer  del  Mariscal — y  a  la  mujer  de 
aquél,  Francisca  de  Araus.  Pude  captarme  las  simpatías  de  ésta,  y 
hé  aquí  la  causa  de  hallarme  poseedora  del  secreto  a  que  Ud.  se  re- 
fiere. 


—  25  — 

" — R. — Si  no  la  importuno,  abusaré  de  la  bondad  de  Ud.  para  exi- 
girle algunos  otros  detalles  y  sobre  todo,  me  dé  a  comprender  cómo  las 
simpatías  que  por  Ud.  tenía  Francisca  de  Araus,  fueran  causa  de  que  lle- 
gara Ud.  a  saber  el  sitio  donde  se  guardaban  los  restos  mortales  del  Ge- 
neral Sucre. 

" — S.  R. — Accederé  gustosa  a  su  pedido:  habiendo  ya  muerto  la 
Marquesa  de  Solanda,  presentóse  un  día  en  mi  casa  la  mayordoma  Fran- 
cisca de  Araus. 

"No  nos  habíamos  visto  largo  tiempo. 

"Era  una  mujer  alta  de  cuerpo,  blanca,  inteligente,  suspicaz  y  ya 
bastante  anciana. 

"Díjome  entonces:  "como  yo  me  voy  a  morir  y  sé  que  la  Sra.  Mar- 
quesa (se  refería  a  la  Sra.  Solanda)  la  quería  a  Ud.  tanto,  así  como  la 
aprecio  yo,  vengo  a  comunicarle  un  secreto:  el  lugar  donde  se  encuen- 
tran los  restos  de  hombres  grandes:  del  General  Sucre,  del  General  Ba- 
rriga y  de  Don  Sebastián  (un  hermano  del  General  Barriga) ;  porque 
más  tarde  las  Naciones  pueden  reclamarlos":  estas  fueron  sus  palabras 
textuales. — Me  dijo  en  seguida  que  escribiera  lo  que  me  iba  a  contar. 
Como  yo  me  hallara  ese  día  bastante  enferma,  no  pude  hacerlo,  y  me 
limité  a  oírla  con  atención. 

"Continuó  la  viejecita  entonces:  "Al  General  Sucre,  como  sabe  Ud., 
lo  mataron  en  Berruecos  el  año  30.  Ninguna  noticia  habíamos  recibido 
al  respecto,  cuando  llegó  la  fiesta  de  Corpus  de  ese  mismo  año.  La  casa 
de  la  Marquesa  (*)  estaba  engalanada  para  el  paso  de  la  procesión, 
cuando  vimos  venir  por  la  calle  del  Correo  (hoy  Venezuela)  al  mulato 
asistente  del  General,  tirando  un  caballo,  el  sombrero  del  Mariscal  y  sus 
botas  sobre  la  montura.  Así  que  entró  a  la  casa  el  asistente,  preguntá- 
rnosle con  ansia,  qué  era  del  General,  y  nos  respondió:  vengo  de  ente- 
rrarlo bajo  un  árbol:  lo  mataron  en  Berruecos! 

"Hubo  llantos  en  la  casa  y  se  quitaron  inmediatamente  de  las  ven- 
tanas las  colgaduras  de  damasco  de  seda  púrpura. 

"Después  de  algunos  días,  partieron  de  Quito,  por  orden  de  la  Mar- 
quesa, el  mulato  asistente  y  mi  marido,  (no  olvidemos  que  habla  la 
mayordoma  Francisca  de  Araus)  acompañados  de  algunos  indios,  dos  o 
cuatro,  no  recuerdo  bien,  con  el  fin  de  traer  los  restos  del  Mariscal.  Lle- 
varon los  comisionados  mucho  alcohol,  espíritus  de  la  botica;  una  caja 
de  madera  antigua,  de  esas  de  guardar  ropa  y  dos  bestias  de  carga. 

"Como  el  cadáver  no  alcanzara  en  la  caja,  recogiéronle  las  piernas 
a  la  fuerza,  de  modo  que  quedó  como  en  cuclillas  y  le  echaron  algunas 
ropas  encima,  para  aparentar  que  conducían  mercaderías.  A  la  vuelta, 
caminaron  sólo  de  noche  y  con  grandes  precauciones.  No  tocaron  en 
Quito,  sino  que  se  dirigieron  derechamente  a  "El  Deán",  donde  se  ha- 
bían preparado  de  antemano  un  ataúd  y  varias  sustancias  antisépticas. 


"  (*)  Hoy,  la  que  ocupa  el  "hotel"  de  Chariaud,  según  lo  afirma  la  Sra.  R¡- 
vadeneira;  pero  con  la  diferencia  de  que  la  grada  se  encontraba  al  lado  derecho, 
entrando,  y  no  al  izquierdo  como  ahora.  Entonces  este  sitio  ocupaba  el  cuarto 
particular  de  la  Marquesa  de  Solanda. 


—  26  — 

"Depositado  el  cadáver  en  el  ataúd,  se  colocó  éste  debajo  del  altar 
del  Oratorio  de  la  hacienda.  Allí  permaneció  algunos  años  hasta  que 
fueron  exhumados  los  restos  y  guardados  en  una  nueva  caja,  la  que  fué 
traída  con  sigilo  a  Quito.  En  esta  ciudad,  se  sacaron  de  la  Iglesia  de 
San  Francisco  los  despojos  mortales  de  la  niña  Teresa,  hija  de  la  Sra. 
Solanda  y  del  Mariscal.  Juntáronse  en  una  misma  caja  los  restos  de 
padre  e  hija;  púsose  en  el  fondo  de  aquella  una  tela  de  tisú  y  se  la  en- 
volvió en  un  traje  de  la  Marquesa. 

Así  arreglada  la  caja,  la  llevamos  yo  y  mi  marido  al  Carmen  Bajo 
(moderno) ;  recibióla  la  Madre  Manuela  Valdivieso,  Superiora  de  la 
Orden  y  parienta  cercana  de  la  Sra.  Marquesa.  A  los  Padres  de  San 
Francisco  se  les  hizo  creer  que  los  restos  del  General  Sucre  estaban 
contenidos  en  un  ataúd  que,  en  verdad,  sólo  encerraba  adobes. 

"En  el  Carmen,  pues,  al  pié  del  Sagrario,  frente  a  la  tumba  del 
General  Daste  y  cerca  de  la  ventana  por  donde  comulgan  las  monjas 
— palabras  textuales — se  halla  enterrada  la  caja:  este  es  secreto  que  lo 
he  conservado  con  la  mayor  religiosidad:  sólo  lo  sabemos  mi  marido,  yo 
y  la  Superiora  del  Convento  (la  parienta  de  la  Marquesa)". — Esta  es 
Sr. — agregó  la  Sra.  R.  Rivadeneira — la  narración  sucinta  de  cuanto  me 
dijo  Francisca  de  Araus,  el  día  que  fué  a  visitarme  en  mi  casa. 

" — R. — Señora — repusimos  nosotros — con  temor  de  importunarla 
demasiado,  nos  permitiremos  preguntarle  ¿qué  sabe  usted  de  un  frasco, 
conteniendo  un  manuscrito  que  se  dice  haber  sido  colocado  en  la  caja 
que  guarda  los  restos  del  Mariscal? 

" — S.  R. — Cierto  es  que  Francisca  de  Araus  me  aseguró  la  existen- 
cia de  aquel  frasco;  pero  en  detalle  tan  minucioso  podía  muy  bien  ha- 
berse equivocado. 

" — R. — ¿Conserva  Ud.  documentos  o  manuscritos  que  contengan 
instrucciones  sobre  el  sitio  donde  se  encontraron  los  restos  del  Ma- 
riscal ? 

" — S.  R. — Como  dije  a  Ud.  antes,  el  día  en  que  la  Mayordoma  de  la 
Sra.  Solanda  me  reveló  el  secreto,  no  pude,  por  enfermedad,  manuscri- 
bir los  detalles  que  se  me  suministraban ;  pero  ese  mismo  día,  se  los  dic- 
té a  mi  padrastro;  pues  ya  en  esa  época  había  fallecido  mi  padre  y  mi 
madre  se  hallaba  casada  con  el  Coronel  Juan  Correa.  Este  se  guardó 
los  manuscritos,  y  a  su  muerte,  me  fué  imposible  recaudarlos,  a  pesar 
de  las  gestiones  que  hice  para  el  objeto. 

" — R. — Podrá  Ud.  decirme,  Sra.,  si  la  respetable  mamá  de  Ud.  tuvo 
hijos  de  su  segundo  matrimonio? 

" — S.  R. — Sí,  Señor:  tengo  dos  hermanos  de  madre. 

" — R. — Conjetura  Ud.  que  alguna  otra  persona  pudiera  haber  cono- 
cido lo  que  a  Ud.  reveló  la  Mayordoma  de  "El  Deán"? 

" — S.  R. — Nadie  conoce  el  secreto;  pues  así  me  lo  aseguró  repe- 
tidas veces  la  persona  a  quien  se  refiere  Ud.  en  su  pregunta. 

" — R. — Y,  cuál  ha  sido  la  causa  que  la  ha  movido  a  Ud.  a  guardar 
silencio  hasta  hoy? 


—  27  — 

" — S.  R. — Cuando  vino  el  Dr.  Sucre  como  Enviado  de  Venezuela 
para  recaudar  los  restos  del  Mariscal,  el  año  94,  tuve  intención  de  revelar 
a  ese  sacerdote  mi  secreto;  pero  llegué  a  saber  lo  mal  que  había  tratado 
a  los  Padres  Franciscanos  y  me  abstuve  de  hacerlo. 

" — R. — Sabía,  Sra.,  que  al  descubrir  su  secreto  hubiera  reportado 
a  Ud.  quizá  alguna  utilidad  pecunaria? 

" — S.  R. — Todo  el  mundo  lo  sabe  que  sí;  pero  ningún  interés  me 
ha  movido,  sin  embargo,  durante  15  años  que  llevo  de  guardar  el  secreto, 
y  si  ahora  lo  he  revelado,  ha  sido  por  una  idea  puramente  patriótica  y 
desinteresada.  Lo  contrario  sería  poner  en  ridículo  al  Ecuador  mismo 
ante  Venezuela  y  el  mundo  civilizado  en  general. 

" — R. —  Para  terminar,  Sra.,  nos  avanzaremos  a  preguntarle,  ¿por 
qué  hizo  Ud.  su  revelación  a  los  Sres.  Dr.  Alejandro  S.  Meló  y  César 
Portilla?  ¿Qué  relaciones  la  ligan  con  estos  caballeros? 

" — R.  S. — Con  el  Dr.  Meló  las  de  simple  amistad. 

"El  cómo  supo  este  Sr.  mi  secreto  es  muy  explicable.  La  familia 
Vásconez  Bueno  sabía,  desde  hace  tres  años,  que  yo  guardaba  el  secreto 
tantas  veces  referido,  e  indicóme  lo  conveniente  que  era  el  asociarme 
con  dicho  Sr.  para  las  investigaciones  consiguientes.  Yo  acepté  la  indica- 
ción y  el  Dr.  se  asoció  a  su  vez,  con  el  Sr.  César  Portilla.  El  Sr.  Dr.  Meló 
es  amigo  de  la  familia  citada. 

"Después  de  agradecer  cortésmente  a  la  Sra.  R.  Rivadeneira,  a 
nombre  de  la  Redacción  de  El  Diario,  por  la  facilidad  y  benevolencia  que 
nos  prestó  para  el  desempeño  de  nuestra  comisión,  nos  retiramos,  juz- 
gándola satisfactoriamente  cumplida". 

La  Facultad  de  Medicina  rindió  el  Informe  solicitado  por  el  Gobier- 
no, el  7  de  mayo  de  referencia;  informe  que  termina  con  estas  palabras: 

"La  Facultad  de  Medicina  de  la  Universidad  Central  del  Ecuador, 
"  unánimemente  cree :  que  está  comprobada  la  identidad  de  los  restos 
"  encontrados  en  la  Iglesia  del  Carmen  Moderno,  como  que  son  los  del 
"  General  Antonio  José  de  Sucre". 

Por  su  parte,  el  doctor  don  Federico  González  Suárez,  Obispo  de 
Ibarra,  llamado  a  pronunciar  el  elogio  fúnebre  de  Sucre  en  la  festivi- 
dad religiosa  del  4  de  junio  de  1900,  no  confirmó  con  el  testimonio  de 
su  elocuente  palabra  la  autenticidad  de  los  restos,  sino  después  de  haber 
adquirido  la  plena  conciencia  del  hecho.  Su  Discurso  que  tenemos  a  la 
vista,  así  como  declaraciones  posteriores  del  ilustre  Prelado  y  sabio  his- 
toriador, que  murió  no  há  mucho,  elevado  al  Arzobispado  de  Quito,  rea- 
firman la  conclusión  de  la  Facultad  de  Medicina. 

No  todo  el  mundo  aceptó  en  el  Ecuador  como  inapelable  el  dicta- 
men de  la  Facultad  de  Medicina.  Impugnólo  rudamente,  negando  la 
autenticidad  de  los  restos,  el  doctor  Alberto  Muñoz  Vernaza  en  trabajos 
que  intituló  Examen  Crítico  y  Réplica.  El  doctor  Manuel  María  Casa- 
res, miembro  del  docto  Cuerpo,  se  encargó  de  defender  sus  conclusiones. 
Al  decir  del  señor  Alberto  Gutiérrez,  Ministro  que  fué  de  Bolivia  en 
Caracas,  en  su  obra  La  muerte  de  Abel  (La  Paz,  1915),  "la  política 
tomó  parte  en  la  controversia;  muchos  había  que  trataban  con  ese  inci- 


—  28  — 

dente  de  desautorizar,  o  de  ridiculizar,  o  de  desprestigiar  al  general  Alfaro. 
La  tinta  corrió  a  torrentes  en  la  polémica,  figurando  a  la  cabeza  de  los 
que  negaban  la  autenticidad  de  los  despojos  de  Sucre,  el  coronel  Alberto 
Muñoz  Vernaza,  una  de  las  personalidades  más  culminantes  del  partido 
conservador  ecuatoriano". 

Los  restos  de  Sucre.  Contestación  a  la  réplica  del  Doctor  A.  Muñoz 
Vernaza  (Quito,  1906),  llámase  el  último  libro  publicado  por  el  doctor 
Casares.  En  nuestro  sentir,  refuta  victoriosamente  las  opiniones  de  su 
contrincante  y  desvanece  toda  duda  sobre  la  autenticidad  de  los  restos 
descubiertos  en  1900. 

Hace  cosa  de  un  año,  en  1917,  fué  bendecido  en  la  Capilla  de  Almas 
de  la  Iglesia  Metropolitana  de  Quito,  el  mausoleo  donde  reposan  los 
restos  del  Gran  Mariscal  de  Ayacucho.  Tomamos  de  un  artículo  sus- 
crito por  el  señor  Ernesto  Peralta  y  reproducido  por  El  Universal,  de 
esta  ciudad,  la  descripción  del  monumento  y  las  últimas  declaraciones 
del  Ilustrísimo  Arzobispo  doctor  González  Suárez  acerca  de  la  veracidad 
del  hallazgo. 

"La  obra  fué  encomendada  a  los  Talleres  Salesianos  de  la  Tola  y 
los  sacerdotes  que  los  dirigen  y  los  artesanos  y  artistas  a  cuyo  desempeño 
se  encomendó  la  ejecución  han  puesto  en  ésta  todo  esmero  hasta  que 
resulte,  como  ha  resultado,  una  admirable  obra  de  arte. 

"El  pedestal  es  cuadrangular,  mide  tal  vez  unos  tres  metros  de  altu- 
ra; en  cada  una  de  las  caras  se  encuentran  unas  planchas  que  semejan 
mármol  negro  jaspeado,  y  es  tan  perfecta  la  imitación  que  para  ser 
mármol  de  veras,  sólo  le  falta  el  hielo  de  esa  piedra. 

"El  resto  de  las  caras  del  pedestal  es  primorosamente  tallado;  en  la 
del  frente  se  han  esculpido  los  emblemas  de  la  Patria  y  de  la  guerra: 
todos  los  artísticos  tallados  están  cubiertos  de  oro  fino,  dorado  que  lo  ha 
ejecutado  el  competente  trabajador  español  a  cuyo  cargo  corrió  el  reves- 
tir de  oro  el  altar  mayor  y  los  altares  laterales  de  San  Agustín. 

"Incrustada  entre  los  emblemas  de  la  Patria  y  de  la  guerra  se  en- 
cuentra una  plancha  de  verdadero  mármol  y  en  la  que  está  grabada  en 
letras  de  oro  la  siguiente  inscripción : 

INCLITI  DUCIS 

ANTONII   JCSEPHI   SUCRE 

OSSA  SUB  SANCT/E  CRUCIS  VEXILLO 

IN  FUTURA  RESURRECTIONIS  SPE 

HOC  IN  CINERARIO  CONDITA  QUIESCUNT 

"Los  despojos  del  Gran  Mariscal  los  ha  guardado  hasta  ahora  la  Igle- 
sia Metropolitana  como  los  auténticos  del  Héroe  de  Pichincha  y  para 
que  la  Autoridad  Eclesiástica  no  contribuyera  a  un  público  engaño  el 
Ilustrísimo  y  Reverendísimo  señor  doctor  Federico  González  Suárez, 
Arzobispo  de  Quito,  hizo  privadas  indagaciones,  de  las  que  resultó  pie- 


—  29  — 

ñámente  comprobado  que  los  restos  encontrados  en  1900  en  el  Carmen 
Bajo,  eran  real  y  positivamente  del  vencedor  en  Ayacucho. 

"Hé  aquí  la  relación  hecha  por  el  mismo  Ilustrísimo  señor  Gonzá- 
lez Suárez,  relación  contenida  en  una  de  las  Notas  que  ilustran  el  conte- 
nido del  Segundo  Tomo  de  sus  Obras  Oratorias,  publicado  en  esta  capi- 
tal el  año  1911. 

"Común  era  la  creencia  de  que  los  restos  de  Sucre  estaban  en  la 
Iglesia  de  San  Francisco;  mas,  ¿cuál  era  el  fundamento  de  semejante 
creencia? — Nadie  sabía  decirlo...  se  creía  que  estaban  allí,  porque  se 
suponían  que  allí  debían  estar.  Doña  Mariana  Carcelén,  la  viuda  de 
Sucre,  se  decía,  era  muy  devota  de  la  iglesia  de  San  Francisco,  y  ahí  ha 
de  haber  depositado  los  restos  de  su  esposo,  cuando  los  hizo  traer  de 
Berruecos,  donde  fueron  sepultados. — En  mi  niñez,  conocí  a  esta  señora 
y  observé  que  la  iglesia  frecuentada  por  ella  todos  los  días  era  la  de  la 
Compañía,  muy  próxima  a  su  casa. 

"En  el  año  de  1894,  cuando,  por  segunda  vez,  se  buscaron  en  vano 
los  restos  de  Sucre  en  San  Francisco,  entonces  supe  yo  casualmente  que 
no  estaban  allí,  sino  en  la  iglesia  del  Carmen  Bajo:  esta  noticia  la  dio 
en  aquellos  mismos  días  al  señor  Carlos  Demarquet  una  señora  Riva- 
deneira,  anciana,  la  misma  que  después  se  la  comunicó  al  señor  doctor 
Meló;  el  señor  Demarquet  era  entonces  Jefe  Político  de  Quito,  y,  como 
tal  presidía  en  las  investigaciones,  que  se  estaban  haciendo  en  la  iglesia 
de  San  Francisco:  una  tarde,  acercósele  una  señora  y  le  dijo:  "En  vano 
están  buscando  aquí  los  restos  de  Sucre:  esos  restos  no  están  aquí:  yo 
sé  dónde  están :  están  en  el  Carmen  Bajo". — Demarquet,  muy  disgustado 
por  la  actitud  insoportable  del  señor  Sucre,  sobrino  del  Mariscal,  le 
dijo  a  la  señora  Rivadeneira:  "Señora,  calle  usted:  guarde  usted  silen- 
cio.   Cuidado  diga  usted  a  nadie  nada.  Este  clérigo  es  inaguantable!" 

"No  sé  si  el  señor  Demarquet  dio  o  no  crédito  a  la  señora  Rivade- 
neira. Lo  cierto  es  que  en  aquella  ocasión  las  intemperancias  del  señor 
canónigo  Sucre  impidieron  que  se  buscaran  en  el  Carmen  Bajo  los 
restos  del  Gran  Mariscal. — La  noticia  dada  por  la  señora  Rivadeneira  al 
señor  Demarquet  con  la  respuesta  y  resolución  de  éste,  las  supe  yo  esa 
misma  tarde:  me  las  refirió  un  amigo  mío,  a  quien  le  contó  lo  ocurrido 
el  mismo  señor  Demarquet. 

"El  año  de  1908,  estando  yo  ya  de  Arzobispo  de  Quito,  enfermó  gra- 
vemente la  Reverenda  Madre  María  de  la  Concepción  Jamesson,  Priora 
del  Monasterio  del  Carmen  Bajo;  fui  a  visitarla,  tanto  por  consolar 
como  Prelado  a  la  religiosa,  cuanto  por  el  propósito  de  hablar  con  ella 
acerca  del  hallazgo  de  los  restos  de  Sucre. 

"Conocía  yo  a  esta  monja,  la  había  tratado  antes  y  la  estimaba, 
porque  era  señora  adornada  de  prendas  morales  no  comunes:  después 
de  hablar  de  varios  asuntos  relativos  a  los  intereses  espirituales  de  la  co- 
munidad, le  dije:  "Madre,  usted  fué  quien  avisó  que  los  restos  del  Gene- 
ral Sucre  se  encontraban  depositados  en  la  iglesia  de  este  convento?" 

" — Sí,  Ilustrísimo  señor :  yo  fui",  me  respondió  la  monja. 

" — Usted  tuvo  la  seguridad  de  decir  la  verdad?"  le  repuse  yo. 


—  30  — 

" — Sí,  señor  Arzobispo:  sí  tuve  seguridad",  contestó  la  monja. 

" — No  estaría  usted  engañada?",  le  observé  yo. 

"Sonrióse  la  monja,  y  me  replicó  con  entereza: 

" — No,  señor;  no  estuve  engañada:  me  constaba  bien  lo  que  ase- 
guraba". 

" — ¿Y  cómo  le  constaba  a  usted?" — Le  repliqué  yo  a  mi  vez. 

"Entonces  la  monja  me  hizo  la  relación  siguiente: — En  este  conven- 
to hubo  dos  Madres  Carcelenes,  ambas  tías  de  la  señora  Mariana,  viuda 
de  Sucre.  Una  de  las  Madres,  la  Madre  (no  me  acuerdo  ya  del  nombre : 
la  Madre  Jamesson  lo  dijo  y  yo  lo  he  olvidado),  era  la  heredera  legítima 
del  marquesado  de  Solanda,  y  por  la  renuncia  que  de  él  hizo  cuando 
profesó,  lo  heredó  su  sobrina,  la  señora  Mariana.  Esta  venía  muy  a  me- 
nudo a  este  convento,  y,  como  tenía  licencia,  entraba  adentro  y  visitaba 
a  sus  tías.  Cuando  el  general  Sucre  fué  asesinado,  mandó  traer  su  ca- 
dáver a  Quito:  lo  trajeron,  en  silencio,  y  lo  depositaron,  a  ocultas,  en  la 
hacienda  que  la  señora  Marquesa  tenía  en  Chillo:  ahí  estuvo  algún 
tiempo:  después,  asimismo  en  silencio,  lo  trajeron  acá  y  lo  sepultaron, 
a  escondidas,  aquí.  Pocas,  muy  pocas,  contadas,  éramos  las  monjas 
que  sabíamos  el  secreto:  yo  era  joven,  muy  joven  entonces,  y  las  Ma- 
dres Carcelenes  me  querían  mucho,  y,  por  eso,  supe  yo  todo. 

"Continuando  su  narración,  añadió: — La  señora  Marquesa,  la  señora 
Marianita,  solía  venir  acá,  y  aquí  lloraba  en  silencio  por  Sucre,  acor- 
dándose de  él  y  de  cómo  lo  mataron:  mandaba  celebrar  misas  y  hacer 
sufragios  por  su  alma.  La  hijita  de  Sucre  estaba  también  enterrada 
aquí. — La  última  vez  que  vino  la  señora  estuvo  en  mi  celda,  y  lloró  más 
que  otras  veces. 

"La  Madre  Jamesson  estaba  con  su  inteligencia  clara  y  su  razón 
muy  serena.  Me  acompañaba  en  esta  visita  mi  Provisor,  el  señor  don 
Pedro  Martí,  ahora  Chantre  de  la  Metropolitana:  pocos  días  después  de 
esta  conversación,  la  Madre  Jamesson  falleció  tan  cristianamente  como 
había  vivido". 

"La  autoridad  civil  no  volvió  a  acordarse  más  de  los  sagrados  des- 
pojos. 

"Descompuesto  el  soberbio  túmulo  que  se  levantó  en  la  Catedral 
para  que  reposara  la  riquísima  urna  cineraria,  mientras  se  celebraban 
los  solemnes  funerales,  a  raíz  del  hallazgo  de  los  restos  del  ínclito  Ma- 
riscal, fué  trasladada  la  indicada  urna  a  la  Capilla  del  Santísimo  y  que- 
dó sobre  el  piso.  Después  se  la  llevó  a  la  de  Almas  y  se  la  puso  encima 
de  la  serie  de  nichos  donde  se  conservan  los  restos  de  algunos  sacerdotes 
y  de  personas  particulares. 

"Las  cenizas  del  ínclito  cumanés  descansarán  ahora  sobre  el  her- 
moso pedestal  erigido  por  la  munificencia  y  patriotismo  del  Ilustrísimo 
señor  doctor  Federico  González  Suárez,  Arzobispo  de  Quito,  y  del  Ve- 
nerable Cabildo  Metropolitano.  Allí  continuarán  hasta  que  los  Poderes 
Públicos  de  la  Nación  se  acuerden  de  la  obligación  que  tienen  de  eri- 
gir un  digno  y  grandioso  monumento  fúnebre  donde  se  depositen  los 
restos  de   uno   de  los  más  esforzados  capitanes  de   la   Independencia 


—  31  — 

Americana,  del  valeroso  general  que  selló  la  de  nuestra  Patria  en  la 
inmortal  jornada  de  Pichincha". 

Después  de  las  múltiples  contingencias  por  que  han  pasado  los  des- 
pojos del  Hombre  de  Ayacucho,  creemos  que  ya  es  tiempo  de  que  Ve- 
nezuela haga  las  gestiones  conducentes  a  repatriarlos.  Cercano  como 
está  el  primer  centenario  de  la  batalla  de  Boyacá,  ¿cuál  ofrenda  mejor 
le  tributaríamos  a  los  manes  del  Libertador  que  colocar  junto  a  sus  ceni- 
zas en  el  Panteón  de  la  Patria,  las  cenizas  del  más  amado  e  ilustre  de 
sus  tenientes?  Unidos  con  la  misma  llama  de  inmortalidad;  unidos  por 
la  excelsitud  de  un  ideal  insuperable,  bien  está  que  sus  huesos,  lo  único 
que  hubo  en  ellos  de  perecedero,  reposen  para  siempre  en  la  tierra  de 
donde  partieron  a  llenar  la  historia  de  otros  pueblos  y  a  hermanarlos  al 
nuestro. 

Caracas:  julio  de  1918. 


i 


,  * 


* 


UNIVERSITY  OF  N.C.  AT  CHAPEL  HILL 


00032459848